La “vana manera de vivir”(1-P.1.18) del
mundo, el cual yace bajo el Maligno (1-Jn.5.19), nunca podrá ser igual a la de
la santa nación, es decir, al pueblo adquirido por Dios para anunciar las
virtudes de Aquel de las tinieblas a su luz admirable (1-P.2.9).
La Biblia es enfática al ordenar a los
creyentes a no unirse en yugo desigual con los incrédulos, es decir, no
establecer compromisos de asociación con ellos. Y esto, para evitar la
contaminación (2-Co.6.14-18; 7.1). Ni siquiera se deben juntar con los mismos
hermanos en la fe que anden desordenadamente (1-Co.5.11).
Desafortunadamente, debido a la poca
importancia que se le ha dado al ordenamiento Escritural, la tal contaminación
ha adquirido con el tiempo aparentes visos de normalidad, al punto de que uno
sabe quiénes son cristianos solo cuando los
ve reunidos en algún lugar, pero nada más.
Habitan, trabajan, estudian, hacen deporte,
etc. con la gente común. El cinismo de muchos de éstos contaminados o
asimilados llega al colmo cuando se jactan diciendo que son “santos” (separados
del mundo para Dios) y aptos para disfrutar de todas las bendiciones del
amoroso Padre Celestial.
En este orden de ideas, los cristianos
rudimentarios (Véase el cap.6 de Hebreos) no se preocupan por crear muros que
defiendan la pureza de la fe y el “andar
en el Espíritu” (Gá.5.16) puesto que voluntariamente prefieren la
compañía y asociación con los “enemigos” del rey Jesucristo (Lc.19.27), con el
falso pretexto de estarles predicando el Evangelio del reino de Dios.
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