viernes, 12 de abril de 2019

NO A LA LEY DEL EMBUDO

   
   A pesar de que el dinero es “la raíz de todos los males” (1-Ti.6.10), en sí mismo no es ni bueno ni malo, depende del uso que se le dé. El no adquirirlo por negligencia para suplir las necesidades básicas es considerado como un contrasentido o  negación de la fe (1-Ti.5.8)
   
   Al tratarse de una congregación cristiana, los beneficios del dinero recaudado  han de ser para todos, en ejercicio del principio de igualdad claramente establecido en 2-Co.8.13-15).
  
    Como para el Supremo Creador lo esencial es la salvación de los seres humanos (Jn.3.16), entonces se han de atender prioritariamente a sus necesidades más importantes. No nos olvidemos  de la ayuda mutua; por lo tanto en el aspecto financiero debemos tanto dar como recibir (He.13.16).
  
   Es aquí cuando podríamos, en el caso de adoptarse de común acuerdo,  pensar en el diezmo como factor económico, el cual puede conducir a la igualdad y prosperidad de todos los miembros de una congregación.
  
   Pero como la corrupción en el manejo de los dineros públicos es uno de los grandes males que padece la Humanidad se ha de ser, como defensores de la justicia del reino de Dios, celosos en extremo para evitar que las maldiciones del mundo  contaminen a la Iglesia.
   
    Lo primero en establecer sería la no remuneración formal a los líderes (administradores de la gracia de Dios, 1-P.4.10). Recordemos que el apóstol Pablo nos dio un buen ejemplo renunciando a su derecho a ser mantenido, no remunerado, y por ello trabajaba para suplir sus propios gastos (1-Co.4.12). No obstante se gozaba en servir a Dios gratuitamente (1-Co.9.18).

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