Son tres obras que de
manera consecutiva se entrelazan para brindar a la raza humana la mejor opción
para un cambio positivo, integral y permanente. Se pueden considerar como una
obra de amor, otra de sacrificio, y la última de realización.
De forma resumida diré
que fue el Padre Celestial que se tomó inicialmente el trabajo de diseñar para
la Humanidad un plan con el que esta se pudiera liberar al máximo de las
fuerzas del mal. Por ello, y en un acto de amor ofreció el martirio de su
propio hijo para establecer el fundamento principal de dicho plan.
La segunda obra fue
hecha por su propio Hijo, para el que el reino de Dios constituía el centro de
su predicación:” Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio
del reino de Dios; porque para esto he
sido enviado”.(Lc.4.43) Pero “a los suyos vino pero no le recibieron”
(Jn.1.11). Por eso les declaró que el reino o gobierno celestial sería
transferido a otra clase de personas, a quienes el Padre Eterno le plació
conceder (Mt.21.43; Lc.12.32).
Algunos lo quisieron
matar por envidia (Mt.27.18), otros por prejuicios políticos, pues temían que
gobierno imperial decidiera exterminar al pueblo hebreo por causa de
insurrección (JN.11.49-53). Fue una muerte horrible y humillante sin que el reo tuviera siquiera
el derecho de maldecir a sus asesinos. A pesar de todo, efectuó su obra, “se
dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para
sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”.(Tito 2.14)
Él mismo ya lo había
manifestado: “…si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero
si muere lleva mucho fruto “(Jn.12.24) En la firmeza de su propósito y
adelantándose a los hechos, confesó a su Padre en oración: “Yo te he
glorificado en la Tierra; he acabado la
obra que me diste que hiciese” (JN:17.4). Por ello recibió tantos elogios
como podemos ver en el libro de Apocalipsis cap.5
Las dos grandes y
fundamentales obras mencionadas ya fueron ejecutadas totalmente por sus
autores. La tercera está en pleno desarrollo y corresponde hacerlo al Espíritu
Santo, quien no puede actuar sin la buena voluntad de quienes deciden colaborar
en la consolidación del reino de Dios (1-Co.3.9) y participar de la naturaleza
divina (2-P.1.4) que es la que garantiza
el resurgimiento a una vida permanente y feliz aun después de la muerte
física (Ro.8.11).
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