sábado, 3 de noviembre de 2018

¡! ESCOJAN A QUIÉN SERVIR ¡!

 
   Si en una contienda electoral para elegir nuevos servidores del Estado me pusieran a escoger entre cristianos e inconversos, obviamente lo haría por los cristianos; en otras palabras, por los menos malos si tomamos en consideración los alcances del poder entregados al “príncipe de este mundo” (Jn.14.30: Lc.4.6) que hace de la administración de los reinos o Estados del mundo uno de los mayores focos de corrupción, muy acorde con los que anhelan poder, riquezas y reconocimiento, contrariamente a los que deciden someter  sus vidas individuales y comunitarias al Más Alto Gobierno, el del propio Creador de la Humanidad, los cuales oran de la siguiente manera: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino, para que sea hecha tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
   Los administradores de la gracia divina (1-P.4.10), aquellos que tienen cuidado del rebaño del Buen Pastor y que sirven sin cobrar ganancias deshonestas, saben que la Esposa del Cordero de Dios (la Iglesia _Ef.5.25-27_) no fornica con los reyes de la Tierra (Ap.7.2: 18.3), pues toman en serio lo que ordenó el propio Mesías, que dijo: “Al Señor tu Dios adorarás, y A ÉL SOLO SERVIRÁS” (Lc.4.8)
   Es bueno aclarar que ha habido servidores del Estado que ya en función de sus labores recibieron y aceptaron el Evangelio del reino de Dios. Ellos pueden tomar sus propias decisiones después de leer y reflexionar acerca de lo que dice en 1-Co.7.18-23
   Para justificar su participación en política algunos líderes se acomodan plácidamente en el pretexto de que solo como servidores del Estado pueden realizar obras para el bienestar del pueblo de Dios.
   Hagamos hincapié en el hecho de que una cosa es el Reino de Dios, y otra muy distinta son los reinos,  Estados o gobiernos  del mundo. Debemos recibir con agrado la recomendación del Maestro cuando dijo que hay que “dar a Dios lo que es de Dios, y a César lo que es de César”, porque “ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro”. (Mt.6.24; Lc.20.25) 
   El Estado es un instrumento en las manos del Creador para preservar el orden, la estabilidad y la vida digna de sus criaturas humanas, pues a pesar de todo él ama tanto al mundo que, por ejemplo, hace llover sobre justos y pecadores, siendo la mayor prueba de su amor haber diseñado un magistral plan de liberación enmarcado en lo que se conoce como el Reino de Dios, un sistema integral de gobierno, el “nuevo régimen del Espíritu” (Ro.7.6), por medio del cual la Humanidad puede realizar los mayores logros en pro del bienestar de sus participantes.
   Aparte de su ciudadanía celestial (Fil.3.20) los cristianos por lo regular tienen otra ciudadanía, terrenal, que corresponde al gobierno del reino o país en el que viven y al que San Pablo dice que debemos honrar con el pago de impuestos y con nuestras oraciones para que su legislación choque lo menos posible con el devenir y principios el pueblo de Dios.
   La mayoría de estos gobernantes brindan a todos sus ciudadanos la posibilidad de asociarse para diseñar y ejecutar obras de provecho común, sin que exista la obligación de adquirir compromisos con grupos o partidos políticos, solo recibiendo la correspondiente vigilancia por algunos entes del Estado para evitar eventuales malos manejos por parte de los responsables en desarrollar estos programas o proyectos.
   Entonces, repito, para servir al pueblo de Dios no es imprescindible participar en política. Aunque si alguien decide servir a un reino o gobierno estatal, que lo haga, porque nuestro rey salvador no obliga a nadie a servir en su reino.

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