Si en una contienda electoral para elegir
nuevos servidores del Estado me pusieran a escoger entre cristianos e
inconversos, obviamente lo haría por los cristianos; en otras palabras, por los
menos malos si tomamos en consideración los alcances del poder entregados al
“príncipe de este mundo” (Jn.14.30: Lc.4.6) que hace de la administración de
los reinos o Estados del mundo uno de los mayores focos de corrupción, muy
acorde con los que anhelan poder, riquezas y reconocimiento, contrariamente a
los que deciden someter sus vidas
individuales y comunitarias al Más Alto Gobierno, el del propio Creador de la
Humanidad, los cuales oran de la siguiente manera: “Padre nuestro que estás en
el cielo, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino, para que sea
hecha tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
Los administradores de la gracia divina
(1-P.4.10), aquellos que tienen cuidado del rebaño del Buen Pastor y que sirven
sin cobrar ganancias deshonestas, saben que la Esposa del Cordero de Dios (la
Iglesia _Ef.5.25-27_) no fornica con los reyes de la Tierra (Ap.7.2: 18.3),
pues toman en serio lo que ordenó el propio Mesías, que dijo: “Al Señor tu Dios
adorarás, y A ÉL SOLO SERVIRÁS” (Lc.4.8)
Es bueno aclarar que ha habido servidores
del Estado que ya en función de sus labores recibieron y aceptaron el Evangelio
del reino de Dios. Ellos pueden tomar sus propias decisiones después de leer y
reflexionar acerca de lo que dice en 1-Co.7.18-23
Para justificar su participación en política
algunos líderes se acomodan plácidamente en el pretexto de que solo como
servidores del Estado pueden realizar obras para el bienestar del pueblo de
Dios.
Hagamos hincapié en el hecho de que una cosa
es el Reino de Dios, y otra muy distinta son los reinos, Estados o gobiernos del mundo. Debemos recibir con agrado la
recomendación del Maestro cuando dijo que hay que “dar a Dios lo que es de
Dios, y a César lo que es de César”, porque “ninguno puede servir a dos señores;
porque o aborrecerá al uno y amará
al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro”. (Mt.6.24; Lc.20.25)
El Estado es un instrumento en las manos del
Creador para preservar el orden, la estabilidad y la vida digna de sus
criaturas humanas, pues a pesar de todo él ama tanto al mundo que, por ejemplo,
hace llover sobre justos y pecadores, siendo la mayor prueba de su amor haber
diseñado un magistral plan de liberación enmarcado en lo que se conoce como el
Reino de Dios, un sistema integral de gobierno, el “nuevo régimen del Espíritu”
(Ro.7.6), por medio del cual la Humanidad puede realizar los mayores logros en
pro del bienestar de sus participantes.
Aparte de su ciudadanía celestial (Fil.3.20)
los cristianos por lo regular tienen otra ciudadanía, terrenal, que corresponde
al gobierno del reino o país en el que viven y al que San Pablo dice que
debemos honrar con el pago de impuestos y con nuestras oraciones para que su
legislación choque lo menos posible con el devenir y principios el pueblo de
Dios.
La mayoría de estos gobernantes brindan a
todos sus ciudadanos la posibilidad de asociarse para diseñar y ejecutar obras
de provecho común, sin que exista la obligación de adquirir compromisos con
grupos o partidos políticos, solo recibiendo la correspondiente vigilancia por
algunos entes del Estado para evitar eventuales malos manejos por parte de los
responsables en desarrollar estos programas o proyectos.
Entonces, repito, para servir al pueblo de
Dios no es imprescindible participar en política. Aunque si alguien decide
servir a un reino o gobierno estatal, que lo haga, porque nuestro rey salvador
no obliga a nadie a servir en su reino.
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