Cuando todos los cristianos del planeta
Tierra sean llamados a cuentas por el rey Jesucristo muchos recibirán el premio
a su vocación, convivir con el mismísimo rey salvador en la plenitud de su
reino y en medio de su pueblo liberado.
Otros tantos no podrán hacerlo porque habían
creído que el hambre, sed, desnudez, etc., de que hacen referencia en el
capítulo 25 del Evangelio según San Mateo se referían solo a condiciones
subjetivas. Argumentaban que las personas tenían hambre solo “de la palabra de
Dios”; que tenían sed “solo de la palabra de Dios”; que tenían la desnudez del
pecado y solo bastaría hablarles de la Palabra; que si estaban enfermos o
presos bastaría hablarles de la Palabra, y así sucesivamente.
A estas retorcidas y fantasiosas conclusiones
llegan los cristianos acomodados en las butacas de la indolencia y el egoísmo,
incluyendo a los cristianos engañados y/o engañadores que supuestamente
ejercían una fe tan grande que podían realizar milagros y echar fuera demonios
(Mt.7.21-23).
La exhortación del apóstol Juan va directo al
corazón de éstos espiritualistas: “En esto hemos
conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos
poner nuestras vidas por los hermanos. Pero
el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra
contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni
de lengua, sino de hecho y en verdad. Y
en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante
de él; pues si nuestro corazón
nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las
cosas.(1-Jn.3.16-20).
Tengamos presente que cuando el rey dice:
“mis hermanos más pequeños”, hace referencia a la familia de la fe (Mt.25.40;
12.50; Gá.6.10).
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