Un
rey sin reino no tiene sentido. Y absurdo sería pensar en un reino en el que no
exista nación alguna. Una nación es aquella en la que sus miembros comparten la
misma historia, idioma, intereses y aspiraciones.
Si el Nuevo Testamento de la Biblia dice la
verdad acerca de que la Iglesia es una nación, entonces los que realmente hacen
parte de ella deben integrarse como los miembros de un mismo cuerpo para poner
en práctica los principios soberanos de su rey Jesucristo.
No se trata de jugar a la religión, o calmar
las angustias y el estrés con teoterapia, o comprar milagros con generosas
ofrendas. A lo que sí se refiere es a compartir y mejorar en comunidad lo que
la vida humana nos demanda: Vivienda, salud, empleo, deporte, cultura, etc.
Todo ello bajo los parámetros éticos con los que se pueda proclamar con hechos
la justicia del reino de Dios.
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