Así como Josué inició la conquista de la tierra prometida
derribando muros con el sonido de las trompetas, también en estos tiempos, pero
con la espada del Espíritu, se hace necesario echar por tierra los infames
muros que obstruyen el paso a la vida abundante
y libertad gloriosa a lo que los hijos de Dios están llamados a conquistar, con
la fortaleza y dirección del Espíritu y la Palabra de Dios.
Estos adornados pero siniestros muros no
están construidos con arcilla o cemento, sino con avaricia recubierta de
individualismo. Serán derribados cuando la gracia de Dios nos permita una
valoración completa y realista de su plan para con la Humanidad.
Otros muros que obstaculizan este mismo plan
son los de la ignorancia, el egoísmo y la indolencia; pero el más perjudicial
es el de la codicia, pues está peligrosamente cercando, entre nosotros, el
campo de acción divina, y constituye la peor cizaña con la que el Enemigo
pretende impedir el crecimiento y consolidación del sin igual y maravilloso
programa integral de gobierno celestial, denominado Reino de Dios.
(Mt.13.24-30; 37-43)
También
caerán esos nefastos muros cuando el pueblo de Dios disponga de fieles que
administren la gracia divina solo por amor, y deseche rotundamente a los
mercaderes de la fe, no participando en las obras infructuosas de las tinieblas
(Ef.5.11), sino obreros que con sus talentos y dones ayuden a desarrollar este
grandioso plan de liberación, el “nuevo régimen del Espíritu” (Ro.7.6),
diseñado por el mismo Creador para superar al máximo todos los males que
afligen al mundo entero (Jn.3.16-17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario