Nuestros
vacíos afectivos a veces empobrecen tanto nuestro carácter, que fácilmente nos
podemos apegar a personas o grupos que aunque sepamos que son erróneos o
injustos los convertimos, desde nuestra enfermiza subjetividad, en nuestros
amados ídolos protectores.
El
seguir personas antes que principios está condenado en la Biblia: “Así ha dicho
Jehová: MALDITO EL VARÓN QUE CONFÍA EN EL HOMBRE, y pone carne por su brazo, y
su corazón se aparta de Jehová.2 (Jer-17.5). San Pablo reprendió a ciertos
creyentes que estaban cayendo en ese error (1-Co.1. 11-12), y más adelante
afirma: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la
carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así.
(2-Co.5.16).
Muchos grupos cristianos han sido fundados o formados por personas que,
creyéndose inspirados por el divino Espíritu de la Verdad (Jn.14.16-17) han tenido la osadía de profetizar eventos, a
veces de importancia global, que nunca se produjeron. Para un creyente sincero
y honrado esto sería señal inequívoca de que se trata de profetas nunca
enviados por el verdadero Dios Eterno, sino más bien por el padre de las
mentiras (Jn.8.44).
A
veces, a sabiendas de todo esto, persisten en aferrarse a esos grupos o sectas.
Son los clásicos fanáticos que como ciegos marchan por lo que ellos consideran
el camino al paraíso, aunque muy adentro de sus conciencias saben que es todo lo contrario (Dt.18.
20-22). En otras ocasiones, éstos sectarios descubren el error, o mejor, lo
aceptan, pero se lanzan a otra postura espiritualmente suicida: La anarquía y
los placeres de mundo. Se convierten, pues, en apóstatas, que a decir verdad,
juntamente con los herejes, tendrán una condenación si no igual, muy parecida.
De
todas maneras tengamos presente lo dicho por nuestro Salvador: “Por lo cual,
como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Y también dice “El que a mí viene, no le hecho fuera”
(Jn.6.37)
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