Los primeros devotos cristianos se
regocijaban al vislumbrar lo grandioso que podría llegar a ser la vida bajo el
gobierno del amoroso y justo Padre Celestial. No obstante, si quitaban la
mirada de tan glorioso destino y la ponían en la cruda realidad en que vivían
comprobaban que los obstáculos a vencer serían tortuosos.
De un
lado eran considerados por la clase religiosa como herejes dignos de muerte. De
otro lado, los leales al Imperio los veían como peligrosos insurrectos con
potencial capacidad de desestabilizar al Estado. Comparando tales
circunstancias con la actual realidad en nuestros países considerados
cristianos podemos recalcar algunos contrastes.
En el ámbito religioso ahora son tantos y tan
diversos los grupos religiosos que resulta hasta ridículo cuando alguno de
ellos señala a todos los demás como herejes, lo que hacen muy a menudo; es
decir, los condenan o ensucian para que ellos sean vistos como los mejores. En
el aspecto político la libertad religiosa que tienen es tanta que incluso
pueden engolosinar a sus seguidores con fábulas y fantasías disfrazadas con
ropajes bíblicos para motivar la generosidad de aquellos que aún piensan que
los favores divinos se pueden adquirir con dinero.
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