Salvar, liberar o redimir son sinónimos en las sagradas escrituras
cristianas. Es necesario, pues, contextualizar los pasajes para saber a qué se
está refiriendo en cada caso en particular.
Se
menciona, por ejemplo, el caso de personas que fueron “salvadas” o liberadas de
desastres naturales (Mt.8.25); otras fueron salvadas o liberadas de
enfermedades (Lc.8.48), de circunstancias adversas (Hch.27.43), de morir
(Lc.6.9); también se habla de ser salvados o liberados del vigente sistema de
cosas (“esta generación” Hch.2.40).
La salvación o liberación nos la ofrece el
Padre Celestial en cabeza de su propio Hijo, quien como cordero fue torturado y
sacrificado pero que ahora tiene la dignidad de rey. Pero él no nos libera si
nosotros no queremos.
Él
desea que conozcamos en detalle la buena noticia que su Padre le encomendó
anunciarnos (Lc.4.43). El Mesías solicita de nosotros el arrepentimiento y la
conversión.
Por medio del arrepentimiento él nos salva de la culpabilidad del
pecado, en tanto que la conversión es un proceso permanente, como parte de esa
misma salvación, por medio de la cual el mismo Dios a través de su Espíritu y
Palabra nos va liberando del poder de las tinieblas a la vez que nos traslada
dentro de la soberanía de su propio gobierno (Col.1.13).
Todo esto sucede en la medida en que ponemos
en práctica iniciativas de carácter personal y comunitario en concordancia con
los principios doctrinarios en los que se basa y orienta este “régimen nuevo
del Espíritu” (Ro.7.6).
Este proyecto o plan de gobierno divino, conocido generalmente como “el reino de Dios”, se ofrece indudablemente como la mejor solución a los problemas que aquejan a la Humanidad.
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