Tanto el comunismo como el fascismo o el
“nuevo régimen del Espíritu”, también conocido como el reino de Dios, o
cualquier otro sistema de gobierno, se consolidan en la medida en que haya
individuos que crean en sus bondades y pongan en práctica sus principios. Creo
que el que ofrece más y mejores beneficios es el reino de Dios, aunque, hasta
ahora, desafortunadamente, se ha captado
de él, por lo regular, solo la parte mística, subjetiva e individualista. Allí
está lo malo del asunto.
El reino de Dios es un sistema de gobierno
no político, en el sentido de no ser parte del engranaje administrativo del
Estado, pues la relación de la Iglesia con este ha de ser como la del cristiano
con las gentes del mundo: Juntos pero no revueltos. Te honro, te respeto y te
aprecio, pero siempre guardando la distancia.
En manos de los
edificadores de la santa nación de Jesucristo, está la responsabilidad de
implementar para su pueblo todo lo que concierne a su bienestar, pues
está en su derecho de alcanzar vidas plenas y abundantes. Permanecer solo
orando, cantando, haciendo palmas y
leyendo la Biblia resulta en una absurda y criminal forma de despreciar los
valores del plan divino de salvación.
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