Mientras podamos no debemos los cristianos ser
cómplices pasivos al servicio del mal.
Debemos cumplir nuestros deberes ante el Estado, pero también reclamar y
ejercer nuestros derechos. El apóstol Pablo salvó su vida al reclamar como
ciudadano romano su derecho a apelar ante el emperador. Cuando Jesucristo fue
golpeado en su rostro no presentó la otra mejilla para que lo continuaran
golpeando. Por el contrario, reclamó su derecho a no ser golpeado.
Si
la Biblia nos insta a orar por nuestros gobernantes es porque también debimos
haberlos elegido por medio del sufragio, pues el orar por gobernantes por los
que no hicimos nada para que subieran o no al poder, es una actitud totalmente
irresponsable. Debemos votar por los candidatos mejores o menos malos, pero en
ningún caso ser herramientas pasivas e indolentes al servicio de los
gobernadores de las tinieblas.
Lo que no está bien para un cristiano, que por su naturaleza espiritual debe ser un
servidor del reino de su soberano Salvador, es participar en campañas políticas, pues “a
Dios lo que es de Dios y a César lo que es del César”. Además, no debemos
“servir a dos señores”.
Podríamos considerar la posibilidad de que las
congregaciones cristianas tengan comités de evaluadores políticos para que
hagan a sus prosélitos las recomendaciones pertinentes. El problema estaría en
el enorme poder corruptor del dinero con
que éstos comisionados podrían ser comprados. Visto de esta manera, la mejor
opción sería la total libertad personal para que cada cristiano tome en oración
su decisión de votar por tal o cual candidato.
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