Los aspirantes a
servir al Estado lo hacen por medio de grupos o partidos políticos; pertenecer
a alguno de ellos requiere la lealtad de sus miembros. En estas instancias la
Biblia no es fundamental ni prioritaria, porque se debe satisfacer no la
voluntad de Dios sino la del pueblo por quienes son elegidos; es entonces a la población en general sobre
la que han de legislar, incluyendo
fuerzas armadas, comunidad gay, y otros tantos aspectos de la vida estatal cuya administración y gobierno están por
fuera de la competencia de la Iglesia.
Una postura o consigna religiosa, dentro de
un partido político, solo puede ser vista como herramienta política para
enaltecer los objetivos del grupo o movimiento. Un partido, pues, se convierte
en un ídolo al que se debe dar honra y tributo, y los cristianos estudiosos de
las Sagradas Escrituras sabemos que los ídolos son como marionetas en manos del
“Príncipe” bajo cuyo dominio yace el mundo entero (Jn.5.19; Ef.2.1-3). Por todo
ello debe quedar muy claro que “a César lo que es de César, y a Dios lo que es
de Dios” (Mt.22.21).