El siguiente es un resumen de la postura
bíblica en torno a algunos de los temas más relevantes en la relación
Iglesia/Estado.. Para ello es necesario aclarar el término “política” que,
aunque complejo en sus implicaciones, podemos vislumbrarlo en sus aspectos más
característicos. Dicho término se refiere a una realidad en la que todos,
conscientemente o no participamos directa o indirectamente. Guarda relación con
la búsqueda, ejercicio y distribución del poder, entendido como factor
unificante de la comunidad, medio necesario para la realización del Bien Común.
Política designa la actividad que concierne a la administración y organización
del Estado en cuanto poder público institucionalizado.
Por otra parte, el Reino de Dios, cuya parte
humana la constituye la Iglesia, o sea la comunidad de creyentes alrededor el
orbe, es especial y permanente, en tanto que los reinos del mundo son Estados
temporales.
Los leales a la Palabra del Reino (Mt.13.19)
tenemos ciudadanía celestial (Fil.3.20) pero además también tenemos ciudadanía
en algunos de estos reinos o Estados temporales del mundo, ciudadanía que nos
confiere deberes para cumplir (“honrad al rey” -1-P.2.17-), en tanto no vayan
en contra de los principios del Reino de Dios. De igual modo tenemos también
derechos para reclamar y ejercer (“pues que por esto pagáis también los
tributos” –Ro.13.6-).
La no implementación de nuestros deberes y
derechos nos coloca en la condición, bien sea de rebeldes (1-S.15.23), o de
prevaricadores por omisión (Mt.25.14-30). Los que recibimos el llamamiento
celestial para participar de la naturaleza divina (He.3.1; 2-P.1.4) no debemos
“servir a dos señores” (Lc.16.13), “porque escrito está: Al Señor tu Dios
adorarás, y a él solo servirás” (Lc.4.8); de modo que es mejor que “sirvamos
bajo el nuevo régimen del Espíritu” (Ro.7.6) “con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para
participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de
la potestad de las tinieblas, y trasladado
al reino de su amado Hijo” (Col.1.12-13).
Pero para el cristiano que por ignorancia o por
otra circunstancia ya está inmerso en un servicio que no guarda relación con su
condición de “miembro del Cuerpo de
Cristo” (Ef.4.14-16) pueden resultar interesantes las palabras del apóstol
Pablo cuando dice: “Cada uno en el estado en que fue llamado, en él se
quede. ¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te dé cuidado; pero también, si
puedes hacerte libre, procúralo más. Porque el que en el Señor fue
llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado
siendo libre, esclavo es de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os
hagáis esclavos de los hombres.” (1-Co.7.20-23). Caso diferente es el de
aquello “cristianos carnales” (1-Co.3.3) que con diferentes
auto-justificaciones buscan en realidad “lo suyo propio, no lo que es de Cristo
Jesús” (Fil.2.21), “que solo piensan en lo terrenal” (Fil.3.18-20). Ellos
también, como todos nosotros, son libres de escoger a quién servir.
Incrédulos y cristianos fieles, todos “viajamos en el mismo barco”, pues
como humanidad somos parte de este mundo al que Dios tanto ama (Jn.3.16-17). El
“mundo”, al que nuestro Salvador no ama es aquel estado de cosas ceñido a una
escala de valores en que el amor, la verdad y la justicia no son primordiales,
y en donde los que participan del mismo se oponen, abiertamente o no al señorío
de un Dios personal con su particular plan de salvación. Empero, la relación
Iglesia-Estado ha de ser de mutuo respeto y colaboración sin que pierdan
identidad y autonomía a causa de concesiones, alianzas o cualquier
circunstancia, en especial si va en detrimento del gobierno divino de la
Iglesia, el cual, en cabeza de Jesucristo, rey salvador, sólo tiene cobertura
en su santa nación, es decir, el pueblo apartado por Dios mismo para que
anuncie y practique Su voluntad.