Uno
de los deberes del cristiano es orar por
sus gobernantes estatales (1-Ti.2.2). El Estado nos confiere el derecho de
elegir a tales gobernantes. Con el
discernimiento que el mismo Dios nos da podemos hacer una buena escogencia o
protestar por medio del voto en blanco en contra de los candidatos propuestos.
El voto, como tantos otros derechos, hace parte de los talentos que nos entrega
nuestro Salvador para trabajar, en cierta forma, de su Obra. El no votar, lejos
de ser una virtud, deja el camino libre para que los malos puedan llegar al
poder y amargar nuestras vidas con actos de corrupción, leyes en contra de la
moral cristiana, y demás cosas que no deseamos. Es mejor que los buenos voten
por los menos malos, y no que los malos voten por los peores.
Y si un cristiano no participa en la
escogencia de sus gobernantes, ¿con qué clase de conciencia podrá orar a favor
de ellos? Sería un gran contrasentido en el que una persona responsable e
inteligente no incurriría (1-Co.14.20).
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