sábado, 2 de marzo de 2019

AMONESTACIÓN FAMILIAR


   En una verdadera familia (y la iglesia, general o local es “la familia de la fe” –Gá.6.10-) existe celo por el bienestar común. Las amonestaciones y la solidaridad son características principales. La Palabra de Dios nos insta a llamar al orden a los ociosos que no andan conforme a la fe (Ro.15.14; 1-Ts.5.14). Hay un orden en el proceso de reivindicación (Mt.18.15-17). Mientras dura tal proceso al sindicado se le prodigará cordiales saludos pero nunca socialización o camaradería (2-Ts.3.14-15; 1-Co.5.9-11).
     
  ¿Se experimenta esto en los actuales centros teo-terapéuticos, mal llamados “congregaciones cristianas”? La respuesta es NO. Y la razón es precisamente porque son centros de explotación del sentimiento religioso, en donde las ganancias efectivas solo son para los inversionistas del negocio.
      
   La mercancía consiste en “agua bendita”, “aceite sagrado”, “diezmos”, “siembras milagrosas”, “primicias”, “pactos”, etc. Los clientes son todos aquellos convencidos de que la gracia divina se puede comprar con dinero (Hch.8.18-20). Son los mismos que compran aceite al igual que las vírgenes insensatas de la parábola.
   
   Ninguno de ellos amonesta a sus compañeros, porque no sienten la obligación espiritual ni la autoridad moral para hacerlo. Prefieren no meterse en vidas ajenas para que los demás no se inmiscuyan en las suyas, y de paso tener la “libertad” de hacer lo que les plazca; después de todo, se justifican en la falsa idea de que la salvación es individual como, en parte,  erróneamente creen.
  
   En otra nota explico cómo el arrepentimiento de nuestra pasada y vana manera de vivir es (puede ser) perdonada en los méritos del sacrificio del “Cordero de Dios”. Esto es un acto de carácter personal, individual. Pero la responsabilidad de nuestra “conversión” no se puede concebir sin involucrar a la comunidad de fieles, pues está claro que tendremos que responder no solo por el mal que hagamos sino también por el bien que dejemos de hacer a nuestros hermanos “maltratados”, o “más pequeños”.(He.13.3; Mt.25.40,45)


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