Es el
típico argumento de los que algunos podrían calificar como “los pequeños
burguesillos de la clase religiosa”. Pero cuando caen en desgracia, éstos
mismos “acomodados” que se creen ricos cuando en verdad son todo lo contrario
(Ap.3. 17-19), son los primeros en quejarse de la indolencia de sus hermanos en
la fe.
Para evitar que la solidaridad, que es uno
de los pilares en la construcción del ya creciente Reino de Dios en medio de
nosotros, siga siendo aminorado por esta herética interpretación de la voluntad
de Dios, se hace necesario aclarar que a través del arrepentimiento personal
cualquier persona puede llegar a ser liberada o salvada de su condición de
culpable ante el juicio divino (“Porque todos compareceremos ante el tribunal
de Cristo”, Ro.14.10). Es una actitud de naturaleza individual. Pero este
beneficio perdería todo valor si no hay sometimiento al otro requerimiento
inicial, la conversión (Hch.3.19).
Y es que para participar en el Reino de Dios
(Ap.1.9), para vivir bajo “el régimen nuevo del Espíritu” (Ro.7.6), es
necesario practicar todos los principios propios de este Gobierno, pautas de
comportamiento para desarrollar y dar carácter e identidad tanto a los
creyentes en forma individual como al conjunto de ellos, considerados como una
nación, en la que se espera que sus miembros lleguen a estar tan
integrados como los componentes de un mismo cuerpo.
Tanto es así, que las mismas Escritura
Sagradas lo denominan como “el Cuerpo de Cristo” (1-Co.12.27), porque el
objetivo es que “siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la
cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido
entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad
propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”
(Ef.4.15-16).
Las obras o acciones solidarias será lo que
en definitiva determine, tanto la eficacia del gobierno divino en nuestro
medio, como también la aprobación o condena de quienes recibimos dones,
talentos o medios para COLABORAR con el mismo Padre Eterno (1-Co.3.9;
Lc.19.12), que aunque no necesita de nosotros, sí desea que le demostremos
nuestro amor, fe y compromiso con su plan de salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario