Toda injusticia es reflejo de la desigualdad. La
justicia del Reino de Dios se debe erguir por encima de todo interés egoísta y
mezquino. Nuestro Salvador quiere que en
su casa haya suficiente provisión (Mal.3.10), y esa casa, en la que no debe
haber necesitado alguno (Hch.4.34-35), somos todos los que hacemos parte de la
comunidad de creyentes (He.3.6).
Por ningún motivo los recursos económicos de
la Iglesia deben quedar en los bolcillos de unos pocos, pues el principio de
igualdad que rige en el Nuevo Pacto es para el bien de todos (2-Co.8.13-15).
No debemos permitir, si está a nuestro
alcance, que bajo cualquier pretexto, dentro de una congregación cristiana, los
ricos sean cada vez más ricos a costa de los pobres cada vez más pobres. No
debemos participar en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien,
reprenderlas (Ef.5.11).
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