Nuestro
Salvador, como Cordero de Dios, hizo méritos para ser el líder natural y sobre
natural en el plan divino de salvación
para la Humanidad. Cualquier ser humano, después de un sincero arrepentimiento personal, puede convertirse socialmente, en miembro del
Cuerpo de Cristo para dar y recibir beneficios en su interacción con sus
compañeros de peregrinaje (1-P.2. 11-12).
La vocación de estas comunidades, actuando
como colonias del Reino de Dios, en procura de una relación íntima y permanente
con el mismo Espíritu del Creador es el
servicio a los demás hermanos; y puesto que todas estas “colonias” tienen
las mismas intenciones el resultado es que en ellas no hay “maltratados”
(He.13.3) ni necesitados(Hch.4. 34-35). Ellos reconocen a los que trabajan en
la administración de la gracia divina para que desarrollen bien sus funciones,
una de las cuales es la distribución equitativa (2.Co. 8.13-15) de los bienes
materiales de estas comunidades.
Por eso mismo rechazan a los que pretenden
egoístamente, por medio de artimañas y sofismas, apoderarse injustamente de
tales recursos o hacer uso inapropiado
de los mismos. Tienen muy presente que no deben ser cómplices de las tinieblas
(Ef.5.11) ni participar en pecados ajenos (1-Ti. 5.22), pues ya conocen la
malicia del Adversario, y por eso no le dan lugar (2-Co.2.11; Ef.4.27).
Denunciar la
corrupción y las injusticias en los reinos o gobiernos del mundo tal vez sea
producto del valor cívico o del patriotismo; pero dentro del pueblo de Dios
reprender las conductas o procederes que van en contra de los principios del
Reino del Mesías es una obligación, siempre y cuando se haga bajo los
parámetros indicados en las Sagradas Escrituras (Mt. 18. 15-17).
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