La
superación personal vista con pasión y disciplina es también una gran manera
con la que el hombre puede llegar a la esfera de lo divino. Y, así como desde lo conceptual o teórico se
puede concretar y llegar a conquistar grandes metas en la vida, así
también el mismo Dios se ha propuesto, motivado por su inmenso amor, concretar
su plan de salvación para la Humanidad, proyectando su gobierno en su propio
pueblo, los que ahora son sus devotos en
cualquier parte del planeta Tierra. La soberanía de este nuevo régimen del
Espíritu divino con cobertura en las comunidades de personas que deciden
aceptarlo y consolidarlo, es lo que se denomina Reino de Dios.
Nuestro Salvador quiere que su reinado sea
hecho realidad, que se haga evidente para todos en esta etapa de su desarrollo,
similar al crecimiento de un árbol. Para ello es necesario que sus seguidores
se integren unos con otros de manera organizada, como los verdaderos miembros
de su Cuerpo. Porque aunque la mera palabra es casi siempre “dulce al paladar”,
y la realidad dolorosa, es a través de esta (de la realidad), con la que el pueblo de Dios, debe “anunciar
las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable”
(1-P.2.9).
Nuestra participación en el Reino, debe ser
activa, pues debemos ser COLABORADORES de Dios (1-Co.3.9), trabajando para esta
gran obra (Col.4.11); “porque todas las promesas de
Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio
de nosotros, para la gloria de Dios.” (2-Co.1.20). Nuestro Salvador desea
que tengamos vidas plenas y abundantes (Jn.10.10). Con “acciones justas” (Ap.
19.8) seremos “dignos del Reino de Dios (2-Ts.1.5) tanto en la actualidad como
en su plenitud (Mt.25.34), tanto en esta vida como en la otra.
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