Digno de
considerar es que un feligrés requiere de la asociación con otras personas ya
que solo no puede de manera eficiente desarrollarse ni satisfacer sus necesidades,
ni realizar sus deberes, ni ejercer sus derechos. Podemos hablar, pues, de un
derecho natural a vivir en comunidad, lo que
implica la facultad de realizar con otros, estable u ocasionalmente,
todo tipo de actividades en pro del bien común, desde las recreativas hasta las
profesionales, culturales, etc. Pero obviamente, quien haya leído 2-Co. 6.14-18
concluirá que para evitar la “contaminación
espiritual” estas asociaciones solo deben tener lugar entre los mismos
miembros del pueblo de Dios (2-Co.7.1).
No nos engañemos
ni nos dejemos engañar creyendo que en nuestras congregaciones solo hay
necesidad de oración, alguna lectura bíblica y predicación. El estar gozosos y
contentos con lo que tenemos (He.13.5) no nos exime de la responsabilidad de
ayudar a los hermanos “más pequeños”
o “maltratados” (Mt.25.40; He.13.3).
La justicia del Reino de Dios y la vida abundante que nuestro Salvador quiere
para nosotros no se refieren solo a nuestro destino después de la muerte
física.
Por eso San Pablo
dice: “…que procuréis tener tranquilidad,
y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera que
os hemos mandado, a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de
afuera, y no tengáis necesidad de nada”(1-Ts.4.11-12). “Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por
doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para
engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo
la verdad en amor, crezcamos en todo
en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien
concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente,
según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir
edificándose en amor” (Ef.4.14-16).
Surge entonces
la pregunta: ¿Quién lo hace? La respuesta es que “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Stg.4.17).
Además, “que aprendan también los
nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, para que no
sean sin fruto” (Tit.3.14).
Obviamente que se
habrá de comenzar por cosas sencillas (“la luz de justo es como la luz de la
aurora, QUE VA EN AUMENTO…”) El mismo Maestro dice que “si no podéis ni aun lo
que es menos, ¿por qué os afanáis por lo demás?” (Lc.12.26). Se ejercitarán,
entonces, dentro de las congregaciones, en implementar planes, programas y
proyectos en los que se refleje una justicia o ética real y no imaginaria, y un
amor verdadero y no solo de buenas intenciones.
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