miércoles, 7 de junio de 2023

GUSANOS DEL INFIERNO

 

    ¡Qué horrenda pesadilla!  ¡Poco faltó para que me diera un infarto…! Me levanté sudando, temblando; de inmediato me arrodillé para orar…   Soñé que asistí, junto con muchísimos otros habitantes de la gran ciudad, a un juicio celestial en el que un ser con ropaje resplandeciente, rodeado de muchísimos ángeles, era el Juez. Pude reconocer que se trataba de Aquel que fue, hace como dos mil años, torturado y crucificado en Jerusalén en un sacrificio voluntario  a favor de toda la Humanidad.

   Cada uno de las personas allí presentes desfilaban frente a éste venerable Ser para recibir la aprobación o desaprobación por sus acciones buenas o malas hechas durante sus vidas en la Tierra. Cuando llegó mi turno, en medio de la expectación de aquella muchedumbre, éste Juez se dirigió a mí, y sin reservas me dijo: ¡“Hazte a un lado, nada tengo contigo, hacedor de maldad”! Sentí como si el mundo se hundiese bajo mis pies, ¡Qué terrible! ¡Desperté aterrorizado! Durante el mes que siguió a este escalofriante sueño pensé mucho acerca de mi comportamiento como cristiano.

   Soy un creyente bautizado que asisto regularmente al templo, oro, leo la Biblia y creo cumplir con todos mis deberes eclesiásticos. No fumo, no me emborracho, no fornico, no… y todos los demás “no”; es más, ejerzo liderazgo donde me congrego. Entonces, si ese mal sueño era una amonestación para que yo corrigiese algo, ¿Qué sería ese algo? Mucho duré meditando, hasta que creí haber encontrado la respuesta.

   He llegado al convencimiento de que Dios no solo quiere que NO hagamos el mal, sino que desea que HAGAMOS EL BIEN  que esté a nuestro alcance. Que  mientras  la justicia dice que no hagamos a otros lo que no queramos para nosotros, el amor de Dios, que fue derramado en nuestros corazones, va más allá de dicha justicia, diciendo que hagamos a los demás lo que quisiéramos para nosotros. El no hacerlo puede llegar a producir en nosotros tal remordimiento, que sea similar a sentir estar siendo carcomidos por los gusanos del infierno (Mr. 9.44).

   El amor espiritual cristiano es mucho más que abrazos, oraciones superficiales y buenas intenciones. La Biblia dice que “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gá.6.10). ¡Y vaya que tenemos oportunidades! Porque al igual que el apóstol San Pablo podemos apelar a nuestros derechos de ciudadanía (Hch.22. 25-29) para reclamar del Estado (puesto que por ello pagamos impuestos) la defensa de nuestra vida, honra, bienes y demás derechos, como bien lo dice la Constitución Colombiana en su artículo 2º.

   Los cristianos también son parte de la comunidad de habitantes de este país y si como tales éstos se organizan en procura del bien común, podrán recibir del gobierno estatal  los recursos económicos suficientes para sus propósitos, sin que nadie tenga que desviarlos de los principios éticos por los que bíblicamente orientan sus vidas.  Entonces, como cristianos responsables que algún día hemos de dar cuenta por los talentos que el Salvador nos entregó para participar de su Obra, debemos conocer y dar a conocer estos derechos que nos asisten, para lograr, al menos en parte, tener la vida abundante que Jesucristo quiere para nosotros, porque “…al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.” (Stg.4. 17).

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario