En algunos países son creadas instituciones
para la prevención de desastres naturales. Los cristianos deberíamos hacer algo
para la prevención de desastres espirituales. Fue algo que no hicieron las
vírgenes de la parábola (Mt.25. 1-13), desgracia que también acontecerá a los
que espiritualizan todo en menoscabo de las necesidades básicas de sus hermanos
maltratados (Mt.25. 34-46); también será desastrosa la desaprobación que
recibirán muchos religiosos que con gran fervor profetizan, echan fuera demonios
y hacen milagros (Mt.7. 21-23)
Es más, se les denomina como “hacedores de
maldad”. ¿Acaso estas actividades son malas? No, puesto que son señales y
efectos de la fe para beneficio del pueblo de Dios.
Lo que sí se convierte en tragedia es que por
indiferencia o indolencia dejemos de hacer, bajo cualquier pretexto, lo que
podamos hacer para alivianar las cargas de nuestros hermanos en inferioridad de
condiciones.
Pero, ¿Cómo convencer a un presuntuoso hermano
espiritualista, acomodado en las falsas interpretaciones de lo que en verdad es
el plan divino de salvación, de que con sus improductivas actitudes religiosas
está en realidad solamente decorando su inminente desastre espiritual?
Organizarnos para ser eficaces en la búsqueda
y conquista del bien común es un deber que atañe a todos los llamados a ser
trabajadores activos del Reino de Dios (1-Co.3.9; Col.4.11). El no hacerlo es
como desparramar lo que, por el contrario, debemos recoger (Lc.11.23) para
lograr disfrutar de la vida abundante que nuestro Salvador vino a ofrecernos
(Jn.10.10).
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