Jesucristo
es la “puerta” que da a los predios de la salvación. Para entrar por ella es
necesario dos requisitos, el uno inmediato, el otro vitalicio: ARREPENTIMIENTO,
para obtener el divino perdón, y CONVERSIÓN en participante del Reino de Dios,
para permitir al Espíritu Santo desarrollar efectivamente la soberanía del Rey
Jesús en su santa nación.
De manera,
pues, que el arrepentimiento es personal, mas la conversión pasa a ser de
responsabilidad colectiva, en el sentido que un miembro de este pueblo será
responsable tanto por el mal hecho, como por el bien dejado de hacer a sus
hermanos en la fe.
Uno de estos
deberes es organizarse para un mejor “anunciar las virtudes de Aquel que nos
llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Otra obligación para quienes
participan consciente y responsablemente en el Reino de Dios, es NO asociarse
con los incrédulos, aclarando que no es lo mismo juntarse con alguien que
adquirir compromisos de asociación con ese alguien, que es exactamente a los
que se refiere 2-Co.6.14-18
Recordemos
que nuestro Dios quiso retirar su soberanía del pueblo terrenal de Israel para
implementarla en su nuevo pueblo, también llamado “Iglesia”. Este reino
“celestial” sigue creciendo entre nosotros hasta que la “cizaña” infiltrada en él
sea retirada y podamos disfrutar de este maravilloso reino en toda su plenitud.
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