Vi el monumento del Señor Caído,
representando una condición lastimera. También observé que detrás de él
caminaba y se arrastraba penosamente una larga procesión de desventurados,
miserables, pobres, ciegos y desnudos. Algunos de ellos tenían marcas de autoflagelación,
otros susurraban letanías, y todos portaban reliquias o talismanes.
Cuando cada uno de estos peregrinos pasaba
por la cima del Monte de la Gracia les era aplicado por un ángel radiante de
luz varias gotas del “Colirio de la Verdad”, de manera que al fijar sus ojos en
el horizonte podían ver el Reino de Dios, y en medio de el al Rey Jesús vivo,
erguido y triunfante, invitando a la sufriente Humanidad a formar parte de su
santa nación, o sea la comunidad de sus creyentes que viven bajo el régimen de
su Espíritu y en la cobertura de su gobierno, para llegar a tener no solo vidas
permanentes sino abundantes, justas y en paz.
Cuando experimentaban este cambio tan
maravilloso en sus conciencias miraban sorprendidos hacia atrás, descubriendo prontamente
que los sirvientes del Príncipe de este mundo que los alimentaban, incluían
soterradamente en las viandas que les suministraban, substancias tan nocivas
como la ignorancia, la indiferencia y el engaño. “Pero ahora, decían ellos, en
adelante podremos encaminarnos por la Senda de la Verdad en la búsqueda y
conquista permanente de la libertad gloriosa de los hijos de Dios, colaborando
con nuestro Salvador en la construcción de su Reino. “porque todas las
promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén,
por medio de nosotros, para la gloria de Dios.” (2-Co.1.20).
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