Predicar el
evangelio del Reino es un mandamiento (Mt.28.18-20). Pero, ¿cuál es la mejor
forma de hacerlo? San Pedro escribió:
“vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido
por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable” (1-P.2.9). Aquí se nos invita a predicar, como
comunidad, con el ejemplo. El mismo Maestro dijo: “Vosotros
sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y
alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro
Padre que está en los cielos.” (Mt.5.14-16). Y puesto que el Reino de Dios no
consiste solo en palabras, la regla debería ser: “Si no hago las obras de mi
Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a
las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el
Padre.” (Jn. 10.37-38).
Y esto hago por causa del evangelio,
para hacerme copartícipe de él.” (1-Co.9.22-23). Pero
estas fueron actitudes particulares que tomó Pablo para casos específicos, y no
eran una postura generalizada. Además, él nunca se convirtió en pecador para
ganarse a los pecadores, sino que “a los que están sin ley, como si yo
estuviera sin ley”.
Una
congregación cristiana podrá afirmar que vive bajo la soberanía del gobierno
divino o que es participante del Reino de Dios (en su actual etapa de
desarrollo), solo si sus feligreses están integrados y organizados para
efectuar las actividades que la vida humana requiere.
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