El Mesías no
vino para promover la creación de castas parásitas dentro de la sociedad, en el
marco de un capitalismo desmesurado y cruel, en donde pequeñas minorías viven
como príncipes a expensas de las masas ignorantes y sufridas.
Dentro del pueblo de Dios, sin desconocer que “el obrero es digno de su
salario”, y que no se debe poner “bozal al buey que trilla” (1-Ti.5.18),
debemos fijar nuestra atención e interés en el principio de igualdad
socio-económica, establecido para el pueblo de Dios dentro del Nuevo Pacto:
“Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros
estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra
supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la
necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió
mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos.” (2-Co.8.13-15) “…pues no
deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos.”
(2-Co.12.14).
Lo que aquí se plantea es la redistribución de los recursos económicos para el
bienestar y prosperidad de toda la comunidad de creyentes cristianos en su
conjunto, y no que solo unos cuantos tomen la administración de la gracia
divina simplemente como una profesión mundana con cargos inamovibles y
plenipotenciarios con los que pueda expoliar hasta la más débil de las ovejas a
cambio de solo consejos y frases esperanzadoras.
A la masa supersticiosa e
ignorante se podrá engañar con artimañas disfrazadas de devoción piadosa, pero
cada vez menos se podrá hacerlo con aquellos que se hacen consciente de la
“perla de gran precio” (Reino de Dios”). Es decir, con aquellos que se percatan
que, en la actualidad, la soberanía del gobierno divino, en cabeza del ungido
Rey Jesús, es el “nuevo régimen del Espíritu” (Ro.7.6) que ha de legislar en
las vidas individuales y comunitarias de los creyentes para que puedan,
realmente integrados, plasmar el amor de Cristo por medio de la solidaridad y
ayuda mutua organizada, en la conquista digna y creciente de la libertad
gloriosa de los hijos de Dios, hasta cuando nuestro Salvador establezca el
Reino en toda su plenitud.
Mientras tanto,
siguen creciendo las comunidades de creyentes, que habitando juntos y en harmonía,
como dice el salmo 133, dan testimonio de la verdad del Evangelio del reino de
Dios, tal como lo hicieron los discípulos de nuestro Rey Jesús.
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