“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en
armonía ¡” (Sal.133.1). Estas palabras de David, el dulce cantor de Israel,
pueden ser como miel en la boca de quien las pronuncie. Sen embargo, habitar
juntos significa no solo compartir las bendiciones, sino las contradicciones de
la vida, lo que también “amarga el vientre” de nuestro diario vivir. Ello no
significa que tengamos la penosa necesidad de negarle a nuestro Salvador su
deseo de unidad para su pueblo, por causa de la cual debió someterse a torturas
humillantes y a una muerte despiadada (Jn.17.21).
La
unión hace la fuerza. Un proverbio popular dice: “Un pueblo unido jamás será
vencido”. Nosotros, el pueblo de Dios, unidos como el Cuerpo de Cristo, por
todas las coyunturas y ligamentos, orientados por
Recordemos lo que dijo el profeta
Jehú a Josafat, rey de Judá: “¿Al impío
das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová? Pues ha salido de la presencia
de Jehová ira contra ti por esto.” (2-Cr.19. 1-2). Jesús le dijo a una mujer,
que le rogaba que echase fuera de su hija al demonio: “Deja primero que se
sacien los hijos; porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los
perrillos” (Mr.7.25-29). Por eso dice San Pablo: “Sobrellevad los unos las
cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gá.6.2).
Para hacer realidad este anhelo del Mesías
debemos “ver” el Reino de Dios, esto es, comprenderlo, y llegar a entender que
lo dicho por San Pablo en 2-Co. 6.14-18 es un mandamiento del Rey Jesús,
principio por medio del cual el pueblo hebreo pudo conservarse unido a través
de toda su historia, y reconquistar
Jesucristo es el Rey Salvador, que como buen
pastor, dio su vida por sus ovejas; pero mientras ellas no se integren para
ayudarse mutuamente y tener vidas dignas y abundantes, solo servirán para ser
ordeñadas y esquiladas por aquellos lobos rapaces que solo las alimentan con
ilusiones y esperanzas.
La
mejor manera de implementar todos los principios del divino gobierno y de
verdaderamente extender el reino de Dios es habitar en comunidades, tales como
los Bruderhof, los Amish, los Viviendo por Fe, los Menonitas, los Gloriavale,
etc.
Unos
con un enfoque, otros con otro, pero de todas maneras en el empeño de vivir el
Evangelio del reino de Dios al estilo de los cristianos primitivos. A éstos los podemos considerar como los
neo-radicales, los que en un futuro no demasiado largo encenderán el fuego de
lo que es en realidad un avivamiento mundial que contrarrestará los duros
tiempos del fin.
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