viernes, 27 de agosto de 2021

EL PUEBLO DE DIOS ES LA SANTA NACIÓN

 

 

   En las Sagradas escrituras del Nuevo Testamento el término “nación” no se creó para justificar alguna ideología política, o como figura mítica o adorno literario. La santa nación de Dios, el nuevo Israel de origen no terrenal sino celestial, es el pueblo propio de Dios compuesto por gente “de carne y hueso”.

   Dice en la Biblia, en 1-P.2.9: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” Un pueblo se hace nación cuando atesora una cultura, no entendiendo por cultura la mera instrucción intelectual, o el refinamiento de modales, sino una común actitud frente a la vida y frente a la muerte; frente a la Naturaleza; común actitud frente a las demás personas, a los otros pueblos; común actitud frente a sí mismos y frente a Dios. La unidad nacional del pueblo de Dios NO ES UNA UTOPÍA, y es tan importante que Jesús oraba de esta manera: “…para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”

   Es Mesías, también titulado como el León de la Tribu de Judá, vino para vencer, y venció. Su reino no será destruido. Por el contrario, llegará a ser tan poderoso que todos los reinos de la Tierra llegarán a estar bajo su soberanía, y él, Jesús, se constituirá en Rey de reyes y Señor de señores (Ap.11.15)

   Quienes creemos la buena noticia de su Reino, podemos participar en él, convirtiéndonos en sus colaboradores (1-Co.3.9). El Señor tanto ama y amó a su pueblo o Iglesia, que como un cordero inmolado dio su propia vida por ella, y la constituyó como su propio Cuerpo. De manera que quien aprecie la obra del Salvador debe integrarse a su Cuerpo, “en espíritu y en verdad” (Jn.4.24), y la verdad está ligada a nuestra condición humana; de manera que no debemos ser indiferentes ante las necesidades de nuestros hermanos, como tampoco ellos deben serlo ante las nuestras. No debemos tomar la actitud egoísta e irresponsable de Caín, cuando dijo: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”. Escrito está: “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.  Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?  Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.  Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él” (¡_Jn.3. 16-18).

   Aquí no se refiere exclusivamente a dar limosnas esporádicas, y a veces humillantes. El hacernos participantes de la naturaleza divina (1-P.1.4) y ser templos del Espíritu Santo (1-Co.3.16) nos hace a todos por igual muy dignos de lo mejor (2-Co.8. 13-15); de manera que las obras de esta santa nación se deben hacer con la mejor organización, previsión y transparencia posibles, sin permitir que los “lobos rapaces” nos manipulen y exploten egoístamente.

   Más que con palabras hay que testificar con hechos que lo que nuestro Salvador hizo por nosotros, su Mensaje y sacrificio, sí que valió la pena, y ahora, con el Espíritu Santo de Dios en nuestras vidas haremos realidad todas las promesas que hay a nuestro favor, “porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2-Co.1. 20)  Es Señor nos entregó talentos representados en cualquiera de los bienes que podamos transmitir a nuestros hermanos de la familia de Dios (Ef.2. 19) para su bienestar y desarrollo personal en cualquiera de sus aspectos (3-Jn.2). El no hacerlo nos expone trágicamente a ser de aquellos que Jesús desechará como malditos, (Mt.25. 41-46; 2-P.2. 1-3,17; Mt.7. 21-23).  Es muy importante lograr entender la enorme trascendencia que tiene el que los participantes de este Reino nos dejemos utilizar por el Espíritu Santo de Dios como instrumentos de justicia (Ro.6. 12-13), porque “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Stg.4. 17); además, el Señor dijo: “el que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama”. (Lc.11. 23) Colaborar con Dios en su Reino traerá para nosotros muy grandes beneficios, uno de los cuales es, al aceptar el martirio y mensaje del Cordero de Dios, Jesucristo, el perdón de los pecados, y la promesa de tener vida eterna o permanente. Quedarnos indiferentes e improductivos ante la gran responsabilidad, que queramos o no ya tenemos, eso sí nos generará  grandísimos problemas que no podremos resolver (Mt.25. 29).

 


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