El Dios
eterno no solo creó el mundo físico, sino que también le diseñó un magistral
plan de salvación con el que los seres humanos pudiesen liberarse de la
maldición de la tiranía del pecado en que habían caído desde un principio
(Ro.5, 17-19).
Este plan tenía
como fundamento el que el mismo Creador ejerciese la soberanía de su gobierno
en un pueblo especial, apartado de la disolución y degenero de las naciones del
mundo. Inicialmente él escogió a Israel para que fuera su pueblo santo
(Ex.19.5-6; Dt.7.6).
Con el tiempo,
y en vista de su ineptitud el mismo Señor quiso transferir su gobierno a un
nuevo pueblo compuesto por gente de cualquier parte del Planeta que
reconociesen los méritos de su reinado y se acogieran a los principios de su
gobierno, incluyendo el arrepentimiento, perdón de los pecados, y la conversión
en ciudadanos de la nueva “patria celestial” (Fil.3.20; He.11, 13-16), para ser
participantes de la naturaleza divina (1.P.1.4) y colaborar con Dios en la
construcción de su Reino (Col.4.11).
Así, pues, que la solución final a todas las miserias e injusticias de este
mundo está proyectada en este nuevo esquema de la relación del Padre Celestial
con aquellas de sus criaturas que con gratitud, sinceridad y buena voluntad
quieran que el Reino de Dios se establezca y desarrolle aquí en
Una de las
virtudes de quienes participan en este Reino es no solo señalar el pecado sino
erradicarlo (Ro.12.21); es no solo condenar el delito, sino prevenirlo y
evitarlo a través de programas y hechos justos y altruistas, porque “el amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue
dado” (Ro.5.5). El amor y la virtud dejarán de ser solo palabras para
embellecer y adornar sermones, y se convertirán en herramientas prácticas del
Dios sublime en manos de sus siervos, “porque todas las
promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, POR MEDIO DE NOSOTROS, para la
gloria de Dios.” (2-Co.1.20)
Éstos participantes activos y conscientes del
Reino de Dios le podrán dignamente declarar al mundo: “Si no hago las obras de
mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed
a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el
Padre.” (Jn.10.37-38).
No hay comentarios:
Publicar un comentario