miércoles, 28 de julio de 2021

NUESTRA NUEVA CIUDADANÍA

 

   El Dios eterno no solo creó el mundo físico, sino que también le diseñó un magistral plan de salvación con el que los seres humanos pudiesen liberarse de la maldición de la tiranía del pecado en que habían caído desde un principio (Ro.5, 17-19).

 Este plan tenía como fundamento el que el mismo Creador ejerciese la soberanía de su gobierno en un pueblo especial, apartado de la disolución y degenero de las naciones del mundo. Inicialmente él escogió a Israel para que fuera su pueblo santo (Ex.19.5-6; Dt.7.6).

 Con el tiempo, y en vista de su ineptitud el mismo Señor quiso transferir su gobierno a un nuevo pueblo compuesto por gente de cualquier parte del Planeta que reconociesen los méritos de su reinado y se acogieran a los principios de su gobierno, incluyendo el arrepentimiento, perdón de los pecados, y la conversión en ciudadanos de la nueva “patria celestial” (Fil.3.20; He.11, 13-16), para ser participantes de la naturaleza divina (1.P.1.4) y colaborar con Dios en la construcción de su Reino (Col.4.11).

   Así, pues, que la solución final  a todas las miserias e injusticias de este mundo está proyectada en este nuevo esquema de la relación del Padre Celestial con aquellas de sus criaturas que con gratitud, sinceridad y buena voluntad quieran que el Reino de Dios se establezca y desarrolle aquí en la Tierra para que sea hecha la voluntad de Dios (Lc.11.2). Este cometido solo será logrado por la “santa nación, pueblo adquirido por Dios…” (2-P.2. 9-10).

   Una de las virtudes de quienes participan en este Reino es no solo señalar el pecado sino erradicarlo (Ro.12.21); es no solo condenar el delito, sino prevenirlo y evitarlo a través de programas y hechos justos y altruistas, porque “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro.5.5). El amor y la virtud dejarán de ser solo palabras para embellecer y adornar sermones, y se convertirán en herramientas prácticas del Dios sublime en manos de sus siervos, “porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, POR MEDIO DE NOSOTROS, para la gloria de Dios.” (2-Co.1.20)

 Éstos participantes activos y conscientes del Reino de Dios le podrán dignamente declarar al mundo: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis.  Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.” (Jn.10.37-38).

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario