San Pablo predicaba el Reino de Dios y le preocupaba que algunos
líderes denominados “ancianos” o “pastores” llegasen a tomar el liderazgo de
una manera egoísta e irresponsable. Él sabía que “la raíz de todos los males es
el amor al dinero” (1-Ti.6.10), y que algunos “por avaricia harán mercadería de
vosotros con palabras fingidas” (2-P.2.3…”enseñando por ganancia deshonesta lo
que no conviene” (Tito 1.11).
Este apóstol, a pesar
de su incansable y admirable labor como activista del plan divino para liberar
a la Humanidad de su caos y desventura, trabajaba fabricando tiendas
(Hch.18.1-3) Quería ser ejemplo de los primeros líderes, y les recordó lo dicho
por el propio Maestro, que dijo: “Es más bienaventurado dar que recibir” (Hch.20.35).
Pero claramente Pablo se refería aquí a que son ellos, los pastores, los que
deben dar a las ovejas necesitadas, y no, por el contrario, que las ovejas den
a los pastores, como es practicado hoy en día en el mundo religioso. En otro
lugar se confirma esto, cuando Pablo le dice a los corintios: “He aquí, por
tercera vez estoy preparado para ir a vosotros; y no os seré gravoso, porque no
busco lo vuestro, sino a vosotros, pues no deben atesorar los hijos para los
padres, sino los padres para los hijos. Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun
yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más,
sea amado menos.” (2-Co.12.14-15).
El evangelio de
Jesucristo no es lo mismo que animar a las almas ignorantes, débiles y angustiadas
para que con ciertos rituales y actitudes religiosas puedan vivir sosegadamente
creyendo que con dinero pueden comprar favores divinos. El evangelio de
Jesucristo es la buena noticia del Reino de Dios aquí en la Tierra, para que
sea hacha la voluntad del Creador en nuestras
vidas íntimas, familiares y comunitarias. Al hablar aquí de comunidad no
se hace referencia a la gente común, que no hace parte del pueblo de Dios, sino
a aquella que procura vivir bajo la paternal cobertura del gobierno divino.
San Pablo reconocía y
defendía los derechos de los “administradores de la multiforme gracia de Dios”
(1-P.4.10) Decía: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio,
que vivan del evangelio” (1-Co.9.14) Desafortunadamente existen muchos creyentes
que creen que ser pastores o líderes constituye una profesión como cualquiera
otra en el mundo, y no un llamado divino para un servicio que implica
sacrificios y abnegación. Algunos exigen muy buenos salarios o compensaciones
por sus servicios, de acuerdo a sus títulos académicos o a la celebridad de sus
nombres. Otros prefieren disponer, para sus propios intereses de todos los
recursos económicos que aporta la congregación, sin dar razón a nadie del
criterio y forma en que estos son manejados.
Ni el Espíritu Santo ni
nuestra concepción de justicia del Reino de Dios admiten, bajo ningún pretexto,
que dictadores o farsantes quieran llenar sus propios bolsillos a expensas de
la ingenuidad de aquellos creyentes que por algún motivo ignoran que los recursos
económicos de una congregación cristiana son para suplir las necesidades de
todos los miembros que la componen, y que aspiran a demostrarle al mundo el
poder del evangelio más por medio de hechos que por meras palabras.” Porque el
reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1-Co.4.20). “Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mt.5.16).
Uno de los principios
doctrinarios que todo cristiano que participe consciente y responsablemente del
Reino de Dios debe obedecer y pregonar es la igualdad socio-económica
preceptuada claramente por Pablo cuando, hablando de los recursos económicos de
los primeros creyentes, dijo: “Porque no digo esto para que haya para otros
holgura, y para vosotros estrechez, sino
para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez
de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra,
para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y
el que poco, no tuvo menos.” (2-Co.8.13-15).
No creamos, pues, las
amañadas y falsas interpretaciones que promueven el individualismo y el
desprecio e indiferencia con los hermanos “maltratados” (He.13.3), porque para
todo el pueblo de Dios es mejor que “…siguiendo la verdad en amor, crezcamos en
todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y
unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad
propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.”
(Ef.4.15-16).63)
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