miércoles, 10 de marzo de 2021

UN PELIGRO INMINENTE

 

     Es muy cómodo dejar que otros piensen por nosotros, y hacer parte de esa masa de creyentes que suponen que quien más grite o más santurronamente se comporte, tiene la razón; y también es doloroso abandonar la dependencia afectiva o apego a ciertos viejos grupos de personas, aunque sepamos o intuyamos que son “fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta” (2-P.2.17).

    Cualquiera puede pregonar su propia verdad. Cuando el daltoniano asegura que un color es verde, siendo rojo, sería insensatez discutirle cuando ello no afecta a sus congéneres. Se trata de su propia verdad, algo que a nadie hace bien o mal. Pero si el mencionado daltoniano condujera un vehículo en el que fuéramos varios pasajeros, y él asegurara que la luz del semáforo está en verde, percibiendo los demás que en realidad está en rojo, entonces algo deberíamos hacer, pues estaríamos en inminente peligro.

   Así como el cigarrillo nos puede generar un cáncer, así también el ciego apego por ciertos líderes o grupos nos pueden llevar a un destino totalmente distinto a lo que nosotros en verdad pretendíamos. De la misma manera que los gobiernos democráticos necesitan de la oposición para poder equilibrar su buen juicio, los cristianos honrados necesitan enterarse de la objeción que sustentan los oponentes a su fe para ver eventuales errores a corregir o peligros de los que deban huir. El no hacerlo significa la plena sumisión a una condena voluntaria y a la torpe renuncia a la libertad a que fuimos llamados los auténticos cristianos.

 

 


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