Podemos distinguir tres fuentes de poder en el mundo con los que se maneja o domina a la sociedad humana: El poder político, militar y económico. El poder envanece, embriaga, y agiganta el ego; llega a ser adictivo, y siempre se quiere más; produce pena y humillación el dejar de tenerlo.
Sin embargo, para aquellos que reconocen su pobreza y necesidad espiritual (Mt.5.3), el Salvador del mundo les ofrece otra clase de poder para que puedan ser liberados de toda clase de tiranías. El Eterno Dios había hecho esta promesa desde mucho tiempo antes de que su Cordero entregara su vida en martirio; y fue precisamente con fundamento en este sacrificio que lo ya prometido comenzó a tener cumplimiento, lo cual perdura hasta nuestros días.
Al aparecerse a sus discípulos
después de resucitado, el Maestro les dijo: “…recibiréis poder cuando haya
venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos…hasta lo último
de la tierra.” (Hch.1.8). El apóstol Pedro instruyó así a la multitud: “Arrepentíos,
y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Cristo, para perdón
de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque a vosotros es la
promesa, y a vuestros hijos, y a todos los que están lejos; a cualesquiera que
el Señor nuestro Dios llamare.” (Hch.2.38-39)
De la primera tiranía que debemos ser liberados, por medio de este poder que Dios nos ofrece como regalo, es aquella que ejerce en nosotros la inmoralidad. Por eso, San Pablo dice: “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro.” (1-P.1.22) Pero esta liberación va mucho más allá.
Él no solo quiere que tengamos salud
corporal, y nuestras almas purificadas, sino que quiere también que seamos
prósperos en todo, (3-Jn.2). Este poder divino no es ciego ni produce caos. Se
orienta por la Palabra revelada y define sus parámetros básicamente en los
siguientes diez (10) principios: 1) Santidad, (He.12.14), 2) Integración,
(Jn.17.21), 3) Solidaridad y servicio, (He.13.16), 4) Igualdad, (2-Co.8.13-15),
5) Activismo, (Mt.12.30), 6) Prosperidad integral, (3-Jn.2), 7) No violencia,
(Ro.12.21), 8) Teocracia comunitaria (Stgo.4.7; Ef.5.21), 9) Anhelar al
Espíritu Santo, y permitirle desarrollar su poder en nosotros, (Hch.1.8), y 10)
Aceptar la Biblia como única y suficiente Verdad revelada, la palabra del Reino
de Dios, (Mt.13.19).
Estos principios aplicados en la vida
personal y comunitaria del pueblo de Dios hacen que el misterio de Dios
revelado al mundo (Col.1.26-27) sea la mejor solución para erradicar la
miseria, las injusticias y el desamor. El Reino de Dios está vigente en medio
nuestro, y a cada uno de quienes participamos en él nos fueron entregados dones
y talentos para procurar su buena marcha y desarrollo, hasta que el mismo
Salvador en persona perfeccione y concluya este gran proyecto. Mientras tanto
debemos disponernos para que el Espíritu de Dios nos una y colme de gozo en
esta vida y para siempre.
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