Aquí se nos enseña que es más importante los beneficios prácticos
que puedan resultar de la doctrina cristiana que las polémicas que puedan
generar. Evidentemente, es en la vida cotidiana del ser humano en sociedad en
donde los alcances del buen comportamiento tienen su valor más apreciado.
Convencen más los hechos que las palabras. “Pues el propósito de este
mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe
no fingida, de las cuales cosas
desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de la ley, sin
entender ni lo que hablan ni lo que afirman” (1-Ti.1.
Uno de los deseos de nuestro
Salvador al venir a este mundo es que quienes creemos en su plan de liberación
logremos tener vida abundante, próspera. Por eso Pablo, quien recibió
mandamientos de él, dijo: “Recuérdales esto, exhortándoles delante del Señor a
que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que es para
perdición de los oyentes. Procura con
diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué
avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. Mas evita profanas y vanas
palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad” (2-Ti.2.14-16)
5-7). Por esto mismo el Maestro dijo a quienes lo escuchaban: “Creedme
que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las
mismas obras.” (Jn.14.11).
En el mismo sentido, instruyó a sus
discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo una ciudad asentada sobre un monte
no se puede esconder. Ni se enciende una
luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos
los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que
vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos” (Mt.5.14-16)
Este es, pues, el sentido
práctico de la liberación que nuestro Dios nos ofrece; “porque todas las
promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la
gloria de Dios.” (2-Co.1.20). En el pueblo de Dios no hay clases privilegiadas,
porque la igualdad, bajo la soberanía de su gobierno, es uno de los grandes
principios con que cuenta esta santa nación. Así lo expresa claramente: “Porque
no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad,
la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia
de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no
tuvo más, y el que poco, no tuvo menos.” (2-Co.8.13-15).
El privilegio que sí existe es el de poder ser
útil a su comunidad, es decir, a los que también participan del Reino de Dios,
que en su actual etapa de desarrollo está vigente entre nosotros. Por eso
Pablo, en otro lugar, dice: “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que
insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en
buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres. Pero evita cuestiones necias…. porque son vanas
y sin provecho” (Tito 3.8-9). Pedro lo confirma: “Y si invocáis por Padre a
aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos
en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación.” (1-P.1.17). “He aquí yo
vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su
obra.” (Ap.22.12).
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