domingo, 27 de diciembre de 2020

PARA QUE HAYA IGUALD

 

  

   Aunque a veces no generalizan, muchas personas en el mundo califican a los pastores evangélicos como corruptos, ladrones o aprovechados. Esto es una exageración. A pesar de que existen “piedras en el zapato” para la buena marcha de la soberanía de Dios en este mundo, el plan divino de salvación se cumplirá.

  Esta salvación, que comienza en seres humanos individuales, se hace palpable en una gran comunidad llamada algunas veces Pueblo de Dios, otras veces Iglesia, o también Nación Santa, diseminada por toda la tierra en comunidades relativamente pequeñas.

  Estos grupos o congregaciones necesitan administradores, entre ellos maestros (peritos en la Palabra del Reino), evangelistas (promotores), pastores (es decir, obispos, intendentes, ancianos, presbíteros, que en el lenguaje de la Biblia son sinónimos), apóstoles (misioneros), y profetas (los que edifican, exhortan y consuelan).

    La Biblia dice: “No pongas bozal al buey que trilla”; “el obrero es digno de su salario”; “el que predica el evangelio, que viva del evangelio” (1-Ti.5.17-18; 1-Co.9.14) Jesucristo dijo: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre, y pongo mi vida por las ovejas”. Desafortunadamente, “la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe…” 1-Ti.6.10

   Uno de los objetivos del Reino de Dios, en cabeza de Jesucristo, nuestro Rey Salvador, es que en su propio pueblo y nación no exista la pobreza, ni moral, ni obviamente, la material. “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.”

   Pero, ¿Cómo se logrará esto si hay creyentes que “nadan en la abundancia” mientras muchísimos a duras penas apenas pueden sobrevivir?  Se conseguirá cuando “ninguno busque su propio bien, sino el del otro” (1-Co.10.24); “no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los demás”, (Fil.2.4).”Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos, supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos”.(2-Co.8.13-14).

   La clave está, pues, en la redistribución  apropiada que la Iglesia haga de sus recursos económicos; porque el interés no se debe centrar en edificar hermosas capillas o lugares de reunión, sino en enaltecer la dignidad de los creyentes, ya que el principal objetivo de la Redención de Cristo es liberar a éstos de las nefastas consecuencias del pecado que impera en el mundo, y una de esas indeseables consecuencias es la miseria, la pobreza, la cual no es de Dios. 

   Los recursos económicos del pueblo de Dios han de ser para el bienestar de todos los creyentes, y no solo para sus administradores. Además, examinemos el principio que se desprende de los dicho por el apóstol Pablo  : “He aquí, por tercera vez estoy preparado para ir a vosotros; y no os seré gravoso, porque no busco lo vuestro, sino a vosotros, pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos”. (2-Co.12.14)

 

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