jueves, 3 de diciembre de 2020

LA PALABRA VIVA Y EFICAZ

 

La inspiración de la Biblia es el fundamento sobre el que se apoya la autoridad de toda la enseñanza que contienen sus páginas. Por tanto, la verdad de la inspiración por Dios de las Sagradas Escrituras ha sido atacada sin piedad durante muchos años. Sin embargo, aunque se haya dudado del Libro de Dios, se le haya denegado, odiado, prohibido y quemado, aun sigue como la roca inquebrantable resistiendo las rugientes tormentas del tiempo. Entendemos por “inspiración” que el Espíritu Santo poseyó de tal forma a aquellos hombres sobre quienes  vino, que les dio el poder, aunque sin privarles de su propia personalidad, para que escribiesen bajo el control divino las palabras de Dios mismo.

     Está dentro de lo razonable que el mismo Dios que le dio al hombre la capacidad de comunicar sus pensamientos a otros hombres por medio de la palabra, sea él mismo capaz de comunicar a sus criaturas sus pensamientos por el mismo medio. La comunicación del pensamiento de Dios al hombre se encuentra en la Biblia. En este libro abundan expresiones tales como: “Y Dios dijo”, “así ha dicho el Señor”, “Dios habló diciendo”,etc.

     Todo verdadero creyente en Cristo Jesús acepta el hecho de que la Biblia está inspirada por Dios, que es infalible y por lo tanto, la Palabra de Dios plena de autoridad. Cualquier proposición o argumento que contradiga el contexto general de su contenido no se acepta como válido o conveniente.

    A través de la Biblia el ser humano llega a darse cuenta que es pecador, que está perdido, y que necesita un Salvador. Se entera también de que así mismo como nuestro Creador permitió al hombre caer en pecado, respetando su libertad de decisión, también le proveyó de un magistral plan de liberación: El pleno establecimiento de su Reino en toda la Tierra es el objetivo final de dicho plan. 

   Una persona comienza a participar en este Reino, en su actual etapa de desarrollo, cuando en virtud del sacrificio del Cordero de Dios acepta el perdón de sus pecados, y permite al Espíritu Santo ejercer su poder en él, para desarrollar los principios que dan vida e identidad al pueblo escogido por Dios (la Iglesia) y sobre el cual, como santa nación, el Salvador del mundo ejerce la soberanía de su gobierno.

 


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