Alguien dijo alguna vez que la religión es el opio del pueblo. Ante tal aseveración nos ofuscamos; pero cuando queremos dar las razones por los cuales afirmamos que esto no es así nos remontamos a verdades supra-terrenales de efectos intangibles. Es muy fácil, y a veces hasta divertido, pensar que con meramente nuestra fe, estamos derribando murallas y conquistando reinos para Dios; además, es agradable suponer, “por la fe”, que somos grandes baluartes para el cambio que la Humanidad necesita.
Y mientras soñamos con estas “santas
presunciones”, nuestros hermanos maltratados, dentro de la Familia de la fe,
claman a Dios para que su Espíritu mueva el corazón de aquellos creyentes
insensibles al dolor humano, y hagan algo para mejorar las condiciones de vida que
ellos y todos necesitamos. (He
13.1-3)
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