La
unidad o integración de hecho del pueblo de Dios es la respuesta razonable,
justa y apropiada a la plegaria que Jesucristo hizo a su Padre Celestial (Jn.
17.21) : "para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en tí;
que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me
enviaste."
Sin esta integración de los miembros de la
Iglesia en las diferentes áreas de la vida humana real no habría sentido para
hablar, como lo hizo el apóstol Pablo, de "santa nación":
"...vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo
adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de
las tinieblas a su luz admirable" (1-P.2.8 Sin integración no puede haber
nación; sin una verdadera nación no puede haber un verdadero Reino, y no
tendría sentido hablar de un Rey que no tiene Reino.
El Reino de Dios (es decir, la soberanía del gobierno divino,
que tuvo su inicio en el pueblo hebreo, que está en desarrollo a través de la
Iglesia, y que tendrá su plenitud al final de los tiempos), tiene su propia
cultura, que se podrá vivir y transmitir eficazmente cuando los creyentes
cristianos obedezcan el mandato que el Rey Jesús decretó a través de su siervo
Pablo (2-Co.6.14-18 y 7.1) de que no se asociaran con la gente común, para
evitar toda contaminación. Además, ¿cómo podremos "sobrellevar los unos
las cargas de los otros"..."compartiendo para las necesidades de los
santos",(Gá.6.2; Ro.12.13) si no existe una apropiada organización?
"Porque de manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos
los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un
cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros" (Ro.12.4-5)
Obedezcamos al gran pastor de nuestras almas para "...siguiendo
la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es,
Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las
coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro,
recibe su crecimiento para ir edificándose en amor Ef.4.15-16)
Cuando aquí se habla de integración de hecho, no se está
hablando de esa supuesta unidad imaginaria y solo de buenas intenciones que
rehúye todo compromiso real con los hermanos de la fe. Como individuos no
debemos presumir de virtuosos (Mt.6.1-4), pero como comunidad (la Iglesia es
una comunidad), debemos mostrar los alcances de nuestra fe y amor a través de
hechos concretos, para ser, de esa manera, testigos de la verdad evangélica.
(Mt.5.14-16). Para integrarnos realmente al pueblo de Dios solo necesitamos
buena voluntad para cumplir ese sublime anhelo de nuestro apreciado Rey
Salvador.
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