jueves, 10 de septiembre de 2020

UNIDAD REAL


    La unidad o integración de hecho del pueblo de Dios es la respuesta razonable, justa y apropiada a la plegaria que Jesucristo hizo a su Padre Celestial (Jn. 17.21) : "para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en tí; que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste."
   
 Sin esta integración de los miembros de la Iglesia en las diferentes áreas de la vida humana real no habría sentido para hablar, como lo hizo el apóstol Pablo, de "santa nación": "...vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1-P.2.8 Sin integración no puede haber nación; sin una verdadera nación no puede haber un verdadero Reino, y no tendría sentido hablar de un Rey que no tiene Reino.

El Reino de Dios (es decir, la soberanía del gobierno divino, que tuvo su inicio en el pueblo hebreo, que está en desarrollo a través de la Iglesia, y que tendrá su plenitud al final de los tiempos), tiene su propia cultura, que se podrá vivir y transmitir eficazmente cuando los creyentes cristianos obedezcan el mandato que el Rey Jesús decretó a través de su siervo Pablo (2-Co.6.14-18 y 7.1) de que no se asociaran con la gente común, para evitar toda contaminación. Además, ¿cómo podremos "sobrellevar los unos las cargas de los otros"..."compartiendo para las necesidades de los santos",(Gá.6.2; Ro.12.13) si no existe una apropiada organización? "Porque de manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros" (Ro.12.4-5)

Obedezcamos al gran pastor de nuestras almas para "...siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor Ef.4.15-16)

Cuando aquí se habla de integración de hecho, no se está hablando de esa supuesta unidad imaginaria y solo de buenas intenciones que rehúye todo compromiso real con los hermanos de la fe. Como individuos no debemos presumir de virtuosos (Mt.6.1-4), pero como comunidad (la Iglesia es una comunidad), debemos mostrar los alcances de nuestra fe y amor a través de hechos concretos, para ser, de esa manera, testigos de la verdad evangélica. (Mt.5.14-16). Para integrarnos realmente al pueblo de Dios solo necesitamos buena voluntad para cumplir ese sublime anhelo de nuestro apreciado Rey Salvador.

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