El Maestro dijo: “En esto
conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los
otros.” (Jn.13.35). Pablo añade: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros,
y cumplid así la ley de Cristo.” (Gá.6.2) “…Para que no haya desavenencia en el
cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De
manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un
miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois
el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.” (1-Co.12.25-27).
Así, pues, “… siguiendo la verdad en amor,
crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y
unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la
actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en
amor.” (Ef.4.15-16). “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo,
que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su
pobreza fueseis enriquecidos….Porque no digo esto para que haya para otros
holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad,
la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia
de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito:
El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos.” (2-Co.8.
9,13-15)
El testimonio de vida
plena que los creyentes den al mundo será la mejor garantía para que el mundo crea
en la efectividad de la soberanía del gobierno divino en nuestras vidas. El
amor dentro del pueblo de Dios no debe ser solo de buenas intensiones
(2-Co.8.12; 1-Jn.3.16-18). Debemos dar a nuestro Dios lo mejor de nosotros.
Pero, ¿dónde encontrar a ese Dios? La misma
Escritura responde: “Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu
del Señor, allí hay libertad.” (2-Co.3.17). Pablo concluye: “¿O ignoráis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual
tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1-Co.6.19).
Servir a nuestros hermanos en la fe es, pues, servir al mismo Salvador, y viceversa. Él mismo así lo manifestó (Mt.25. 34-46). Por eso en su Reino, vigente entre nosotros en su actual etapa de desarrollo, existen principios tales como la santidad, la integración, la solidaridad y la igualdad, entre otros. El Señor demandará de cada uno de nosotros lo que podamos producir con los dones y talentos que él nos entregó para participar de su gran proyecto de liberación, restauración y vida abundante
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