La Biblia dice que el Reino de Dios es como un
árbol que comenzando como una diminuta semilla llega a ser tan grande, que aun
las aves pueden hacer nido bajo sus ramas. El Maestro se refería, sin duda, a la soberanía
de su gobierno en su propio pueblo, aquí en la tierra. Su gobierno se establece
y desarrolla entre nosotros, y no en otra dimensión. No puede ser en una
dimensión diferente a la humana, porque es aquí, en nosotros y en medio de
nosotros que su Espíritu Santo está haciendo la Obra, la cual tiene por
finalidad someter todo gobierno y poder a la autoridad del Rey Jesús
(1-Co.15.24-26; Ap.11.15; Dn.7.13-14; Sal.2.7-9). Es aquí, en medio de su
Pueblo o Iglesia en donde también el Maligno infiltra a sus siervos, que a
veces se dejan reconocer por su rapacidad, maldad y necedad, (Lc.11.39-40).
Es aquí, entre nosotros, en donde surge como
plaga la cizaña que estorba los nobles propósitos de nuestro Salvador. El
apóstol Pedro nos había prevenido: “Pero hubo también falsos profetas entre el
pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán
encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató,
atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus
disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será
blasfemado, y por avaricia harán
mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo
tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme” (2-P.2.1-3).
En contraste con ello, el Reino de Dios
significa justicia, paz y gozo para los que participamos en él como “hijos de
luz”, “porque el amor de Dios fue derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos fue dado.” (Ro.5.5)
La mayoría de predicadores hoy en día no
hablan acerca de él, pues casi siempre ellos mismos no lo han podido “ver”,
pues sus mentes y sus corazones están viciados de costumbres que ofuscan sus
entendimientos para no poder valorar esta gran “piedra preciosa” (Mt.13.45-46),
como lo que verdaderamente es y puede llegar a significar…Como una nación real
que lo conforma diseminada por el mundo en pequeñas comunidades, pero de
acuerdo en lo básico y en un mismo espíritu de gratitud y adoración, que puedan
de manera sincera decirle al mundo: “Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre
en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras”, (Jn.14.11), porque el
mismo Maestro dijo: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre
un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un
almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mt.5.14-16).
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