El astuto Enemigo de
nuestras almas tiene un principio que le ha dado mucho resultado: “Divide y
vencerás”. Como resultado de ello hay cientos y cientos de sectas o grupos
llamados cristianos. Cada uno de ellos se pelea el privilegio de ser el único
poseedor de la Verdad, aunque no lo puedan demostrar en la vida real.
La única manera que existe para lograr la
unidad del pueblo de Dios, los leales a su Palabra, NO es a través de la verdad
particular de los individuos o grupos, sino por medio de la realidad común. El
fundamento bíblico para ello es el mandamiento del propio Salvador, expresado
por medio de San Pablo en 2-Co.6.14-18, para que NO nos asociemos con gente
común sino con otros creyentes, y
lleguemos así a estar tan integrados como los miembros de un mismo cuerpo, como
el Cuerpo de Cristo, es decir, la verdadera Iglesia, “para que no haya
desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos
por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen
con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el
cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1-Co.12.25-27).
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