Uno de los tantos dones
que Dios entregó a los “llamados” (Mt.24.14) y por el que obviamente tendrán
que responder es el desempeño de puestos de liderazgo. Tal vez muchos de ellos
ya han leído y meditado acerca del capítulo 34 del libro de Ezequiel, y de lo
que el apóstol Pablo dijo en Mileto antes de su final despedida a los líderes
de esa iglesia (Hch.20.17-35), y evitar entonces ser tenidos como aquellos
mercaderes de la fe que toman la piedad como fuente de ganancia. (Tit. 1.11).
El gozo de quienes
trabajemos en la “viña del Señor” (Reino de Dios), para lograr su
establecimiento real y pleno en este desventurado y desenfrenado mundo, será
infinito, aunque tengamos que renunciar a toda pretensión egoísta de
enriquecimiento individual, al uso indebido de poder, y a los deseos de
prestigio personal (Mt 6.13).
Recordar, además,
que “Aquel siervo que conociendo la
voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá
muchos azotes. Mas el que sin conocerla
hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se
haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más
se le pedirá.” (Lc. 12.47-48)
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