lunes, 16 de diciembre de 2019

AGENTE ACTIVO DE CRECIMIENTO DEL REINO


     Jesucristo “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. (Tit.2.14). Este pueblo especial que vive bajo el régimen del gobierno divino es el encargado de anunciar sus virtudes. La Biblia declara: “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.” (2-P.2.9).
    
    Desafortunadamente, la franca rebeldía o la indolente indiferencia a la voluntad de Jesucristo, tratan de hacer que la gloria de Dios en su pueblo sea una simple quimera. Pero el sacrificio del bendito Cordero, no será en vano, porque estas Escrituras Sagradas no son retórica barata para soñar con imposibles.
   
     Dice el Señor: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” (Is.55.10-11) El Cordero de Dios ya hizo su obra. Él mismo dijo: “(Padre), yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora, pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.” (Jn.17.4-5).
    
      Hebreos 10.12-13 declara: “Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.”
  
     En este punto, nos preguntamos: ¿Cómo, si Jesús ya hizo lo que tenía que hacer, y está ahora sentado junto a su Padre esperando a que sus enemigos sean sometidos, cómo, pues, se desarrollará la soberanía real e efectiva de su Reino, aquí entre nosotros?
    
     Esto lo entenderemos cuando nos percatemos de la veracidad de las siguiente Escrituras: “…En los postreros días, dice el Señor, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne…y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Hch.2.17, 21); “…recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hch.1.8); “y Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.” (Hch.2.38-39)
     
      Entonces, podemos así comprender que es el Espíritu Santo en nosotros y a través de nosotros, el que está encargado de hacer la obra. “Porque todas las promesa de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2-Co.1.20).
   
     Leamos con detenimiento la parábola de las diez (Lc.17.11-27)  minas para entender mejor esta buena noticia, “para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo que excede a todo entendimiento, y seáis llenos de la plenitud de Dios, Y a aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos,  según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la Iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos, amén.” (Ef.3.17-21).
  
     Tengamos conciencia de nuestra responsabilidad en el manejo de los dones y talentos que el mismo Salvador nos proveyó para participar de su Obra. Como colaboradores de Dios, debemos trabajar para su Reino, (1-Co.3.9; Col.4.11). Los resultados de la soberanía del Reino o gobierno  de Dios, entre nosotros, se harán evidentes aquí, en su actual etapa de crecimiento, y mucho más en su plenitud, cuando el Ungido “entregue el reino el Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies”. (1-Co.15.24-25).

No hay comentarios:

Publicar un comentario