Jesucristo “se dio a sí mismo por nosotros
para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso
de buenas obras”. (Tit.2.14). Este pueblo especial que vive bajo el régimen del
gobierno divino es el encargado de anunciar sus virtudes. La Biblia declara:
“Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido
por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable.” (2-P.2.9).
Desafortunadamente, la franca rebeldía o la
indolente indiferencia a la voluntad de Jesucristo, tratan de hacer que la
gloria de Dios en su pueblo sea una simple quimera. Pero el sacrificio del
bendito Cordero, no será en vano, porque estas Escrituras Sagradas no son
retórica barata para soñar con imposibles.
Dice
el Señor: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no
vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da
semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi
boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada
en aquello para que la envié.” (Is.55.10-11) El Cordero de Dios ya hizo su
obra. Él mismo dijo: “(Padre), yo te he glorificado en la tierra; he acabado la
obra que me diste que hiciese. Ahora, pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo,
con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.” (Jn.17.4-5).
Hebreos 10.12-13 declara: “Pero Cristo,
habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se
ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus
enemigos sean puestos por estrado de sus pies.”
En este punto, nos preguntamos: ¿Cómo, si
Jesús ya hizo lo que tenía que hacer, y está ahora sentado junto a su Padre
esperando a que sus enemigos sean sometidos, cómo, pues, se desarrollará la
soberanía real e efectiva de su Reino, aquí entre nosotros?
Esto
lo entenderemos cuando nos percatemos de la veracidad de las siguiente
Escrituras: “…En los postreros días, dice el Señor, derramaré de mi Espíritu
sobre toda carne…y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.”
(Hch.2.17, 21); “…recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el
Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y
hasta lo último de la tierra.” (Hch.1.8); “y Pedro les dijo: Arrepentíos, y
bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la
promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos
el Señor nuestro Dios llamare.” (Hch.2.38-39)
Entonces, podemos así comprender que es el
Espíritu Santo en nosotros y a través de nosotros, el que está encargado de
hacer la obra. “Porque todas las promesa de Dios son en él Sí, y en él Amén,
por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2-Co.1.20).
Leamos con detenimiento la parábola de las
diez (Lc.17.11-27) minas para entender
mejor esta buena noticia, “para que habite Cristo por la fe en vuestros
corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente
capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la
profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo que excede a todo
entendimiento, y seáis llenos de la plenitud de Dios, Y a aquel que es poderoso
para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
entendemos, según el poder que actúa en
nosotros, a él sea gloria en la Iglesia en Cristo Jesús por todas las edades,
por los siglos de los siglos, amén.” (Ef.3.17-21).
Tengamos conciencia de nuestra
responsabilidad en el manejo de los dones y talentos que el mismo Salvador nos
proveyó para participar de su Obra. Como colaboradores de Dios, debemos
trabajar para su Reino, (1-Co.3.9; Col.4.11). Los resultados de la soberanía
del Reino o gobierno de Dios, entre
nosotros, se harán evidentes aquí, en su actual etapa de crecimiento, y mucho
más en su plenitud, cuando el Ungido “entregue el reino el Dios y Padre, cuando
haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que
él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies”.
(1-Co.15.24-25).
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