Jesucristo dijo: “No penséis que he venido
para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada”.
(Mt.10.34) El apóstol Pablo añade: “Porque el Reino de Dios no consiste en
palabras, sino en poder…” 1-Co.4.20).
El
poder del que aquí se habla no es aquel con el que Satanás y sus huestes de maldad
nos someten y mortifican, no. A lo que Pablo se refiere es a los enormes
recursos que nuestro Creador está poniendo a nuestra disposición para que “no
seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Ro.12.21). No se
trata, pues, de tener una actitud pasiva y resignada ante el mal que nos
agobia. Nuestros miembros deben estar al servicio de la justicia (Ro.6.19). La
paz es el resultado de ella. Por eso, el Maestro decía: “…buscad primeramente
el Reino de Dios, y su justicia, y todas estas cosas (necesidades básicas como
alimento, vestido, etc.,) os serán añadidas.”(Mt.6.33).
Si
cada uno de nosotros cumple bien sus deberes, como “buen soldado de Jesucristo”
(2-Ti.2.3), entonces todos los creyentes estaremos “firmes en un mismo
espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio, y en nada intimidados
por los que se oponen, que para ellos ciertamente es indicio de perdición, mas
para vosotros de salvación; y esto de Dios.” (Fil.1.27-28).
Los
que peleamos “la buena batalla de la fe” (1-Ti.6.12) no utilizamos armas de
fuego, corto pulsantes, ni ninguna otra clase de armas materiales, “porque las
armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la
destrucción de fortalezas”; (2-Co.10.4); ni aun debemos tratar de convencer por
la fuerza a otras personas de nuestras convicciones, (Mt.10.11-14). Disponemos
de medios tan nobles como es la solidaridad.
Todos los cristianos seguramente no
estaremos totalmente de acuerdo en muchas cuestiones; pero de seguro creemos
que si adoptamos una común actitud frente a muchas cosas que debemos hacer o
dejar de hacer, en el disfrute sagrado de la libertad que nos otorga el estado
social de derecho en que habitamos, adoptaremos tales actitudes, para mejorar
nuestras condiciones de vida, “pues que por esto pagáis también los tributos…”
(Ro.13.6).
Un
ejemplo palpable de esto es la gran liberación nacional que promovió y obtuvo
Mahatma Gandhi, con solo apelar al derecho a la libertad que la Ley le otorgaba
para no comprar ciertos artículos que el Imperio Británico ponía a su
disposición. Venció el mal con el bien como nos recomienda San Pablo que
hagamos los cristianos. Esto haremos cuando despertemos del letargo de la
resignación, indiferencia e irresponsabilidad ante lo que el Mesías demanda de
nosotros, (Mt.25.34-46; Ef.5.13-17).
Esto
no significa que debamos ser empleados del Estado, puesto que tenemos claro que
“…al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás”, porque, “dad a César lo que
es de César, y a Dios lo que es de Dios”, (Lc.4.8). Como ciudadanos que pagamos
impuestos nos asisten derechos que pueden convertirse en herramientas útiles,
para que a través de actos colectivos (de la Iglesia) podamos enaltecer a
nuestro sublime Rey Salvador y su maravilloso Reino que entre nosotros se
desarrolla y crece como un gran árbol, en que los maltratados y desprotegidos
del mundo puedan habitar seguros al abrigo de sus ramas. (Mt.13.31-32)
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