A alguien le fue dicho: “Tu dinero perezca
contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes
tú parte ni suerte en este asunto,
porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu
maldad, y ruega a Dios, se quizás te sea perdonado el pensamiento de tu
corazón; porque en hiel de amargura y en
prisión de maldad veo que estás” (Hch.8.20-23)
Estas palabras las dirigió el apóstol Pablo
a un personaje que había sido un experto manipulador de la ignorancia de las
gentes, un manipulador de profesión valiéndose de ciertos conocimientos de
magia que poseía.
Ahora, después de haber manifestado
arrepentimiento y deseos de cambio, ayudaba a Pablo en la divulgación del
evangelio del Reino de Dios. A pesar de tan grande puesto de liderazgo seguía
creyendo que los favores de nuestro Salvador se pueden comprar.
Este
mismo concepto-sentimiento hoy en día es explotado por algunos “simones”; no
porque ellos así lo crean, pero así lo hacen creer a las masas moldeables de
personas, siendo las más vulnerables aquellas interesadas más en sus egoístas
pretensiones personales que en los planes que Dios tiene para liberar a la
Humanidad de la corrupción que hay en el mundo (2-P.1.4)
La
buena noticia de que el Reino de Dios, en su actual etapa de desarrollo, está
vigente entre nosotros, señala que nuestro Creador desea la prosperidad para
todo su pueblo, y no para unos cuantos, porque el mismo Espíritu de Dios que
habita en nosotros ha de impulsarnos a la solidaridad, a la ayuda mutua
organizada. “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua
edificación.” (Ro.14.19).

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