Si los santos van a gobernar al mundo (1-Co.6.2; Dn.7.18; Ap.11.15), ¿qué impide que desde ahora comiencen por lo más pequeño, tal como un comité de acción social, una junta de acción comunal, etc., etc.? Lo que desde un principio se debe tener muy claro es que ningún cristiano o grupo de ellos se debe afiliar a partidos políticos, a excepción que ellos mismos lo constituyan de manera autónoma y sin adquirir compromisos de asociación con inconversos. Cabe aclarar que pertenecer a un partido político significa lealtad al mismo; entonces la Palabra de Dios pasa a un segundo plano o es manipulada sólo como herramienta para lograr sus objetivos partidistas. El partido, pues, se convierte en un ídolo al que hay que darle honra y tributo, y sabemos que los ídolos son como marionetas del príncipe adversario bajo cuyo dominio yace el mundo entero (Jn.5.19; Ef.2.1-3).
Para ser un partido, asociación o grupo auténticamente cristiano deben estar en condiciones de declarar honestamente: “Tuyo (del Dios Altísimo) es el reino (la soberanía gubernativa), el poder y la gloria (el reconocimiento, los méritos, el elogio)” (Mt. 6. 13) Y para que ello pueda ser cierto, deben, dentro de estas instancias, constituir siempre mayoría y actuar en bloque unánime de manera que sus decisiones estén previamente definidas, sin permitir que en el debate de las mismas intervengan incrédulos, pues ignoran o son inconsecuentes con la Palabra del Reino.
Una vez en ejercicio de sus funciones, sin perder su identidad y autonomía, “teniendo favor con todo el pueblo” (Hch.2.47), podrán “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5.29) y ser parte del cumplimiento de la promesa de que en Cristo serían benditas todas las naciones (Gá. 3.8) porque procurarán el bien para todos, pero mayormente para los de la familia de la fe (Gá. 6.10).
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