La discriminación separa y dice no al trato con otros sectores de la
sociedad, cualquiera sea la causa, mientras que el sentido de pertenencia dice
sí a la integración y a la solidaridad. Por su misma naturaleza, origen y destino,
una comunidad de creyentes cristianos, fiel a los principios del Reino de Dios,
está impelida a situarse tanto en la perspectiva positiva como negativa del
asunto.
Por eso mismo, en su enfoque negativo,
plantea: “No se unan Ustedes con los incrédulos, pues así vendrían a formar una
yunta desigual; no adquieran compromisos de asociación con ellos” (2-Co.6.14).
Es más, el mismo apóstol manifiesta: “Os he
escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con
los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los
idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien
os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere
fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el
tal ni aun comáis.” (1-Co.5.9-13).
El enfoque positivo es que “…
siguiendo la
verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,
de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las
coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro,
recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Ef.4.15-16).
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