En relación con Dios, según la revelación bíblica, existen tres
categorías de seres humanos: Los “naturales”, gente común que no entiende ni le
interesa las cosas de Dios. Los “carnales”, que profesando la fe cristiana son
aún inmaduros en su forma de pensar y de actuar; todavía prevalecen en ellos
defectos tales como los “celos, contiendas y disensiones” (1-Co.3.1-3)., y los
“espirituales”, los que habiendo recibido el Espíritu comprenden los planes de
Dios y se amoldan a ellos (1-Co.2.6-16). ¿Qué queremos dar a entender cuando
decimos que el Reino de Dios es “espiritual”?
Algunos vocablos o expresiones bíblicas ocasionalmente son aplicados
inapropiadamente al tratar de concebir o explicar una doctrina. Es el caso, por
ejemplo, de quienes contextualizan burdamente el concepto del Reino de Dios con
la expresión de San Pablo cuando dice que el Reino de Dios “no es comida ni
bebida” (Ro,14. 17) Dicen ellos, entonces, que como el Reino de Dios no es
“material” como la comida, que entonces es “espiritual”, dando a entender que
es de una naturaleza por fuera de la dimensión humana. ¡Qué falta de visión! Es
como si dedujésemos que San Pablo estaba medio loco, porque dijo: “! Ojalá me
toleraseis un poco de locura ¡Sí, toleradme. (2-Co.11.1)
Estas conclusiones tan erróneas nos acompañarán siempre cuando ignoremos
el contexto de los pasajes que criticamos. Algo parecido ocurre con la palabra
“mundo”. La ingenuidad de algunos creyentes los lleva a pensar que como este
reino “no es de este mundo” (Jn.18.36) tendrán que esperar la muerte para
quizás llegar a él. Para que no haya confusión en quienes recién se inician en
estos asuntos, aclaremos: En la Biblia la palabra “mundo” tiene varios
significados y comprender su significado depende del contexto en el cual es
aplicado. Por ejemplo, se habla de “mundo” para referirse a la Humanidad (Jn.
3.16). También se hace mención del “mundo” material creado por Dios
(Jer.10.12). Igualmente se hace referencia a “mundo” simplemente para diferenciar
la vida material de la espiritual (1-Co.7.33). Otras veces se habla de “mundo”
para referirse a los que se oponen a Dios (Jn.14.30; 1-Jn.5.19)
Ni el Reino de Dios ni los creyentes son de este mundo (Jn.17.16;
18.36). Es decir, no hacen parte de los que se oponen a los planes divinos.
Además de no ser de este mundo, muchos cristianos somos “espirituales”. Eso no
significa que no seamos seres humanos. El decir de Jesús que su Reino no es de
este mundo se traduce en que no es un gobierno con fronteras geográficas,
creado según los esquemas humanos. Es el “nuevo régimen de Espíritu” (Ro.7.6)
en donde el rey Jesús quiere legislar en la vida individual y colectiva de
quienes aceptan su soberanía, personas éstas que conforman su santa nación, una
nación entre las naciones del mundo, pueblo adquirido por Dios para que
anunciemos las virtudes de Aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz
admirable (1-P.2.9-10). Es un gobierno abierto y de libre ingreso para quienes
se decidan a vivir bajo su cobertura.
Los
“participantes del llamamiento celestial” (He.3.1) pueden hacer parte del Reino
de Dios (Ap.1.9), y pueden trabajar para él (Col.4.11), convirtiéndose en
“colaboradores de Dios” (1-Co.3.9) Es conveniente aclarar aquí que también los
“hijos del malo”, del Diablo (Mt.13.38) se filtran en este Reino para obstruir
su crecimiento y/o desvirtuar su realidad (2-Co.11. 13-15); a veces, incluso,
llegan a ocupar puestos de preeminencia para desviar la atención de los
creyentes en hechos y pensamientos que no edifican ni convienen, y que no son
afines con el Reino de Dios que fue lo que Jesucristo vino a predicar para dar
vida abundante a su pueblo (Lc.4.43; Jn.10.10)
Quienes hacemos parte de este majestuoso plan divino no experimentamos
angustiosa preocupación por el diario vivir; la paz de Cristo embarga nuestros
corazones. Ello, sin embargo, no da lugar para que seamos irresponsables en el
manejo de los dones y talentos que nos fueron entregados por la voluntad
directa o permisiva de Dios para trabajar en su Obra.
No se trata, pues, simplemente de vender motivaciones para des amargar
las contradicciones de la vida, o de cambiar ilusiones y esperanzas por
ofrendas en dinero. Se trata, eso sí, de implementar el Reino de Dios como una
bendita realidad en donde impere el amor solidario en hechos concretos para el
bien común e integral de todos sus participantes.
Para lograr todo esto debemos obedecer el mandamiento de Jesucristo dado
a través del apóstol Pablo, de no tener compromisos de asociación con la gente
común, sino obviamente, con los demás creyentes en Cristo (2-Co.6.14-18) para
que nuestro entorno social y cultural sea el del mismo pueblo de Dios, y cumplir así un gran
objetivo: Limpiarnos de toda contaminación (2-C0.7.1), mejorando de esta manera
nuestra relación con Dios. Ello, es, a su vez, una gran forma de predicar
“…para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está
en los cielos” (Mt.5.16) “Porque el Reino de Dios no consiste en palabras sino
el poder” (1-Co.4.20).
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