jueves, 27 de mayo de 2021

¿EN QUÈ CATEGORÌA TE ENCUENTRAS?

 

   En relación con Dios, según la revelación bíblica, existen tres categorías de seres humanos: Los “naturales”, gente común que no entiende ni le interesa las cosas de Dios. Los “carnales”, que profesando la fe cristiana son aún inmaduros en su forma de pensar y de actuar; todavía prevalecen en ellos defectos tales como los “celos, contiendas y disensiones” (1-Co.3.1-3)., y los “espirituales”, los que habiendo recibido el Espíritu comprenden los planes de Dios y se amoldan a ellos (1-Co.2.6-16). ¿Qué queremos dar a entender cuando decimos que el Reino de Dios es “espiritual”?

   Algunos vocablos o expresiones bíblicas ocasionalmente son aplicados inapropiadamente al tratar de concebir o explicar una doctrina. Es el caso, por ejemplo, de quienes contextualizan burdamente el concepto del Reino de Dios con la expresión de San Pablo cuando dice que el Reino de Dios “no es comida ni bebida” (Ro,14. 17) Dicen ellos, entonces, que como el Reino de Dios no es “material” como la comida, que entonces es “espiritual”, dando a entender que es de una naturaleza por fuera de la dimensión humana. ¡Qué falta de visión! Es como si dedujésemos que San Pablo estaba medio loco, porque dijo: “! Ojalá me toleraseis un poco de locura ¡Sí, toleradme. (2-Co.11.1)

   Estas conclusiones tan erróneas nos acompañarán siempre cuando ignoremos el contexto de los pasajes que criticamos. Algo parecido ocurre con la palabra “mundo”. La ingenuidad de algunos creyentes los lleva a pensar que como este reino “no es de este mundo” (Jn.18.36) tendrán que esperar la muerte para quizás llegar a él. Para que no haya confusión en quienes recién se inician en estos asuntos, aclaremos: En la Biblia la palabra “mundo” tiene varios significados y comprender su significado depende del contexto en el cual es aplicado. Por ejemplo, se habla de “mundo” para referirse a la Humanidad (Jn. 3.16). También se hace mención del “mundo” material creado por Dios (Jer.10.12). Igualmente se hace referencia a “mundo” simplemente para diferenciar la vida material de la espiritual (1-Co.7.33). Otras veces se habla de “mundo” para referirse a los que se oponen a Dios (Jn.14.30; 1-Jn.5.19)

   Ni el Reino de Dios ni los creyentes son de este mundo (Jn.17.16; 18.36). Es decir, no hacen parte de los que se oponen a los planes divinos. Además de no ser de este mundo, muchos cristianos somos “espirituales”. Eso no significa que no seamos seres humanos. El decir de Jesús que su Reino no es de este mundo se traduce en que no es un gobierno con fronteras geográficas, creado según los esquemas humanos. Es el “nuevo régimen de Espíritu” (Ro.7.6) en donde el rey Jesús quiere legislar en la vida individual y colectiva de quienes aceptan su soberanía, personas éstas que conforman su santa nación, una nación entre las naciones del mundo, pueblo adquirido por Dios para que anunciemos las virtudes de Aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1-P.2.9-10). Es un gobierno abierto y de libre ingreso para quienes se decidan a vivir bajo su cobertura.

   Los “participantes del llamamiento celestial” (He.3.1) pueden hacer parte del Reino de Dios (Ap.1.9), y pueden trabajar para él (Col.4.11), convirtiéndose en “colaboradores de Dios” (1-Co.3.9) Es conveniente aclarar aquí que también los “hijos del malo”, del Diablo (Mt.13.38) se filtran en este Reino para obstruir su crecimiento y/o desvirtuar su realidad (2-Co.11. 13-15); a veces, incluso, llegan a ocupar puestos de preeminencia para desviar la atención de los creyentes en hechos y pensamientos que no edifican ni convienen, y que no son afines con el Reino de Dios que fue lo que Jesucristo vino a predicar para dar vida abundante a su pueblo (Lc.4.43; Jn.10.10)

   Quienes hacemos parte de este majestuoso plan divino no experimentamos angustiosa preocupación por el diario vivir; la paz de Cristo embarga nuestros corazones. Ello, sin embargo, no da lugar para que seamos irresponsables en el manejo de los dones y talentos que nos fueron entregados por la voluntad directa o permisiva de Dios para trabajar en su Obra.

   No se trata, pues, simplemente de vender motivaciones para des amargar las contradicciones de la vida, o de cambiar ilusiones y esperanzas por ofrendas en dinero. Se trata, eso sí, de implementar el Reino de Dios como una bendita realidad en donde impere el amor solidario en hechos concretos para el bien común e integral de todos sus participantes.

   Para lograr todo esto debemos obedecer el mandamiento de Jesucristo dado a través del apóstol Pablo, de no tener compromisos de asociación con la gente común, sino obviamente, con los demás creyentes en Cristo (2-Co.6.14-18) para que nuestro entorno social y cultural sea el del mismo  pueblo de Dios, y cumplir así un gran objetivo: Limpiarnos de toda contaminación (2-C0.7.1), mejorando de esta manera nuestra relación con Dios. Ello, es, a su vez, una gran forma de predicar “…para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt.5.16) “Porque el Reino de Dios no consiste en palabras sino el poder” (1-Co.4.20).

 

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