miércoles, 1 de julio de 2020

MURIENDO AL PECADO


Todos aquellos que reconocen el plan divino de salvación para la Humanidad (Jn.3.16-17), y que aceptan la soberanía del rey Jesús en sus vidas están “llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo (1-Co.1.2), Pues sin santidad nadie verá al Señor (He.12.14)
    El apóstol Pablo nos exhorta: “…limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2-Co.7.1). La palabra “santo” es el un título de aquellos que están, en su manera de vivir,  “apartados para Dios”, que han “muerto al pecado”, siendo por ello justificados ante Dios (Ro.6.7). “Morir al pecado” es no tener por costumbre actitudes que van en contra del gobierno divino. Cualquiera puede cometer errores esporádicos y no premeditados, de los cuales se puede enmendar o corregir. Porque mientras seamos seres humanos viviremos ante la presencia del pecado, y tendremos que luchar contra su poder.  Pero cuando nuestras tendencias pecaminosas predominan en nosotros por encima de nuestros anhelos sinceros de agradar a Dios, ello es claro indicio de que aun somos “carnales” (1-Co.3.1-3), no renacidos en el Espíritu de Dios.


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