viernes, 12 de enero de 2018

EL INDIVIDUALISMO, OTRA PLAGA DENTRO DEL REINO DE DIOS

         Son incontables los que hacen honor a Caín, en su forma de pensar: “¿Soy acaso yo guarda de mi hermano?”(Gn.4.9). En otras palabras, los modernos veneradores de “lo mío”, sostienen: “La salvación es individual, que cada cual cargue su propia cruz. Después de todo, quienes están mal es porque están en pecado”.
   
    Es el típico argumento de los que algunos podrían calificar como “los pequeños burguesillos de la clase religiosa”. Pero cuando caen en desgracia, éstos mismos “acomodados” que se creen ricos cuando en verdad son todo lo contrario (Ap.3. 17-19), son los primeros en quejarse de la indolencia de sus hermanos en la fe.

  Para evitar que la solidaridad, que es uno de los pilares en la construcción del ya creciente Reino de Dios en medio de nosotros, siga siendo aminorado por esta herética interpretación de la voluntad de Dios, se hace necesario aclarar que a través del arrepentimiento personal cualquier persona puede llegar a ser liberada o salvada de su condición de culpable ante el juicio divino (“Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo”, Ro.14.10). Es una actitud de naturaleza individual. Pero este beneficio perdería todo valor si no hay sometimiento al otro requerimiento inicial, la conversión (Hch.3.19).
  
  Y es que para participar en el Reino de Dios (Ap.1.9), para vivir bajo “el régimen nuevo del Espíritu” (Ro.7.6), es necesario practicar todos los principios propios de este Gobierno, pautas de comportamiento para desarrollar y dar carácter e identidad tanto a los creyentes en forma individual como al conjunto de ellos, considerados como una nación, en la que se espera que sus miembros lleguen a estar tan integrados como los componentes de un mismo cuerpo.
  
   Tanto es así, que las mismas Escritura Sagradas lo denominan como “el Cuerpo de Cristo” (1-Co.12.27), porque el objetivo es que “siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,  de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Ef.4.15-16).
  
   Las obras o acciones solidarias será lo que en definitiva determine, tanto la eficacia del gobierno divino en nuestro medio, como también la aprobación o condena de quienes recibimos dones, talentos o medios para COLABORAR con el mismo Padre Eterno (1-Co.3.9; Lc.19.12), que aunque no necesita de nosotros, sí desea que le demostremos nuestro amor, fe y compromiso con su plan de salvación.


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