Muchas
interpretaciones se han dado al significado de la historia de Israel, la obra
de Jesucristo y a los escritos del Nuevo Pacto o Testamento. A pesar de ello
existe el consenso general de que la Biblia constituye la revelación escrita
del Dios Supremo y personal, y que lo que va en contra de ella lo hace contra
la Verdad.
Pero así como el árbol se conoce por sus
frutos (Lc.6. 43-44), así mismo lo bueno o malo de cada una de estas
interpretaciones, que han generado la creación de tantas sectas o grupos
diferentes, se puede evaluar por los beneficios con que a través de ellas se
pueda llegar a liberar a la Humanidad de sufrimientos e injusticias, no solo a
nivel individual sino colectivo, algo
que pueda producir vida digna y abundante ahora, y asegurarnos un destino feliz
aun después de la muerte física.
Ese enfoque positivo indudablemente recae en
la concepción del Reino de Dios como un plan de salvación integral en el que
los individuos, después de un genuino arrepentimiento, se integran realmente
con otros creyentes para desarrollar los principios de este “nuevo régimen del Espíritu” (Ro.7.6),
convirtiéndose de esta manera en verdaderos “miembros del Cuerpo de Cristo” (Ef.4. 15-16) para que con una fe no
muerta puedan vencer al mundo de indiferencia y desamor que mata lentamente la
vida y los anhelos de millones de “maltratados”
(He.13.3) que esperan no tan solo la mano compasiva de un “buen samaritano” sino también el que se puedan convertir ellos
mismos en agentes organizados de bendiciones
(2-Co.1.20; He.13.20-21), con las que nuestro Rey Salvador quiere colmar
nuestras esperanzas de justicia y dignidad.
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